El artículo que tiene ante sus ojos, querido lector, es el que nunca pensé que escribiría. De todos los temas que he tocado, la televisión nunca ha estado dentro de mi canon personal. Hasta el año pasado era algo de fondo. Podía ver alguna serie concreta, documental o película eventual, pero era un poco molesta en general. Y, sin embargo, este es un artículo tan entusiasta de una serie como si fuera un libro. Es más, es sobre una serie basada en un libro y me quedo con la serie. A fin de cuentas, a fuerza de necesidad, he ido encontrando un hueco en ese momento de descanso y desconexión que supone ver la tele. Todo empezó con Downton Abbey y se han ido incorporando series como Crimen en el Paraíso (ignorada soberanamente mientras estaba de fondo durante más de diez años), un montón de documentales de temática variada o la revisión de series como Los misterios de Laura o Isabel.
Pero hay una que las ha ganado a todas y la semana próxima llega su quinta temporada a Filmin. Todas las criaturas grandes y pequeñas es la serie que se merece un artículo: quintaesencia del feelgood en la campiña británica, es el bienestar convertido en programa televisivo. Llegó a mi a finales del año pasado, de la mano de mi amiga Mari Ángeles, también columnista de este periódico, con una frase que en aquel momento no lo sabía, pero yo misma he repetido varias veces: "Qué envidia que aún no habéis visto Todas las criaturas grandes y pequeñas y podéis descubrirla por primera vez". Y así fue: unos días después, el de Navidad en concreto, vi el primer capítulo y quedé cautivada por los Dales de Yorkshire, Skeldale House y todos su habitantes y visitantes.
La cocina de la señora Hall ha llegado a ser en el punto de referencia de las mañanas lentas en las que, pese a que has pasado la noche atendiendo el parto de una vaca, te encuentras con la familia y desayunas con tranquilidad, el despacho el lugar dónde se gestionan los problemas, las consultas el del cuidado y el salón un sitio tranquilo donde tejer, leer y reír en una noche fría con el fuego encendido. Sigfrid se convirtió en el guardián, James en la calma, Tris en la alegría, Jess, la perra, en la compañía, Helen en la conciencia y la señora Hall en la confianza. Y el pequinés Tricki Woo en el emblema de todas las cosas buenas. En mitad del día me encontraba tarareando la melodía (pues hasta la cabecera es tan bella que no la adelantas) o pensando qué haría tal o cual personaje ante cada situación.
Al acabar la serie hice lo que nunca pensé que pasaría: volví a empezarla al día siguiente. El caso es que no he sido la única que lo ha hecho, ni la única que ha caído presa de su encanto. Y esta semana, volveré a Darrowby en compañía de unos amigos que, aunque vienen de un libro, yo los he adoptado en la tele. Si aún no los conocen, este es un buen momento para hacerlo. Espero que les hagan tan felices como a mí.