El pistoletazo de salida de las actividades vinculadas o relacionadas con las celebraciones navideñas tiene lugar, tradicionalmente, el 22 de diciembre, día de la lotería de Navidad, que hunde sus raíces en el reinado del "mejor alcalde de Madrid", el ilustrado Carlos III y que despierta sueños y esperanzas, en las agudas y monótonas voces de los niños del Colegio de San Ildefonso (Madrid), que otrora invadían las calles de estos pueblos, a través de la radio o la televisión. "El día de la salud", para consuelo de los no afortunados. Aunque, en realidad, el bombardeo mediático televisivo y la fiebre consumista en centros comerciales y otros establecimientos, así como diversos preparativos, aparecen con antelación.
Con el salto a la estación invernal, oficializado (aunque el llamado cambio climático nos tiene, a veces, un poco despistados), llegarán las vacaciones escolares, la pedida de aguinaldo por la chiquillería (costumbre casi desaparecida) y algarabía en las calles; mercadillos navideños; música de villancicos, poniendo la nota musical y navideña desde los altavoces municipales; el encendido de luces y el engalanado con adornos y árboles de Navidad, presidiendo las poblaciones, contribuyendo a crear el decorado y ambientación navideños. Para despedir el año con las campanadas y las uvas, continuar el fluir temporal y el ciclo de la vida con felicitaciones y buenos deseos para un nuevo año esperanzador, de ilusiones y propósitos renovados.
La Navidad conlleva un mensaje de paz, amor, alegría, salvación y esperanza, anclado sobre la base del nacimiento del Niño Dios, fundamento de nuestra cultura y civilización, de raíces grecorromanas y cristianas.
La otra cara de estas celebraciones, asentadas sobre las creencias y vivencias religiosas del mundo cristiano -también la más visible-, es la consistente en la promoción y desarrollo de algunas actividades, que vienen repitiéndose, año tras año, focalizadas en el fomento del turismo, centrado principal y exclusivamente en el atractivo del alumbrado y decoración navideños de ciudades y pueblos; habiendo llegado a convertirse en elementos inherentes a estas fiestas y de gran relevancia. Así como el excesivo gusto por lo comercial; producto de esta sociedad consumista, que corre el riesgo -si no ha ocurrido ya en muchos lugares- de ir olvidando lo importante de estas celebraciones, el sentido que las sustenta, en pro del comercio, el ocio vacacional, las pantagruélicas cenas de Nochebuena; los turrones, mazapanes, polvorones y otros dulces y licores tan característicos de estas fechas o lo puramente ornamental, circunscrito a la fachada: adornos, árboles y luces de Navidad etc., que, en muchos casos, responden a importaciones foráneas; favoreciendo la desnaturalización, el descuido de lo esencial o tergiversar e ir vaciando de contenido el mensaje cristiano. Conservando su sentido identitario las celebraciones litúrgicas, los villancicos, los belenes -de génesis franciscana- y el Día de Reyes -especialmente significativo y cargado de magia e ilusión, junto con la Cabalgata de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente de la noche anterior, para el mundo infantil-, con el que va entrando en competencia, la tradición foránea de Papá Noel en muchos hogares. A pesar de todo, continúan siendo unas celebraciones entrañables y familiares; quizá porque evocan la edad dorada de la infancia y el recuerdo de los seres queridos que ya no están.
Por otro lado, la vida continúa su curso tras el paréntesis navideño y el mensaje de la Navidad y los buenos deseos para el futuro deberían ser un referente para la paz y la concordia universales.
¡Feliz Navidad!