Resulta asombroso comprobar el desprecio que puede llegar a generar la iniciativa privada en los actuales gobernantes de nuestro país. Como un monstruo de ocho cabezas, todo lo que huela a empresarios, sociedades, propietarios o empleadores es descalificado en una estrategia clara que sólo conduce a la melancolía salvo que se acompañe de leyes intervencionistas, que también es el caso. No es raro escuchar siempre una alusión enrabietada contra ellos detrás o delante de cualquier declaración de ministros y diputados. Uno llega a preguntarse por qué genera tanta inquina lo que no huela a algo público. En qué universidad o academia se aprende y se transmite todo esto:
Que los empresarios sólo quieran hacerle la vida imposible a sus empleados, verles sufrir y penar durante sus horas de trabajo y si puede ser también durante su tiempo libre. Que lo único en lo que piensen sea en hacerse ricos a costa de los demás.
Que los dueños de viviendas que colocan su propiedad en el mercado de alquiler son poco menos que criminales vampiros que se aprovechan de sus víctimas chupándoles la sangre en forma de renta desproporcionada. Sobre este asunto, como otras veces hemos incluido como arriesgada verdad en esta misma tribuna, la última moda es desprestigiar y arremeter constantemente contra los etiquetados como "pisos turísticos" , que se supone son los culpables de todos los males en realidad causados por la nefasta ley de vivienda que tratando de buscar lo contrario, ha logrado que suban meteóricamente los precios de los alquileres. Hasta el presidente del gobierno ha mencionado por su nombre esta semana a una plataforma utilizada por todos con el fin de desprestigiarla como antes lo hizo con bancos y con coches de lujo de marcas privadas muy concretas. Leña al capital.
Que las compañías que se dedican a curar a los ciudadanos que libremente eligen estar cubiertos por un seguro pagado de sus castigados bolsillos sean consideradas fachosfera repudiable, hasta el punto que se trate de prohibir a los médicos con cargo de responsabilidad compaginar su desempeño en el sector público con su actividad para una aseguradora. Cualquier atisbo de defensa de lo bueno que aportan o de lo importante que es su colaboración con los hospitales públicos para evitar el colapso de los servicios sanitarios, es pura imaginación.
Que la mutualidad o privilegio de un par de millones de funcionarios sea considerada como nociva pese a que su eliminación suponga colapsar más aún la sanidad de todos. Muface era una rémora en el discurso proto-izquierdista, que rompía el discurso radical de odio hacia la sanidad privada, y por eso se ha forzado su práctica disolución por la vía de estrangular la factura que se les paga a las compañías. ¿Cómo iba a ser ejemplar que Carmen Calvo sostuviera el habitual discurso contra los hospitales privados habiendo ingresado por una infección respiratoria en la carísima clínica Ruber de la calle Juan Bravo de Madrid, alegando que ella es mutualista de Muface?