Durante días, los ríos Adaja y Chico no fueron metáforas, sino amenazas. Y, sin embargo, casi tanto como el agua sorprendió la imagen de unidad: alcalde, subdelegado del Gobierno, presidente de la Diputación y delegado territorial de la Junta han llegado a comparecer juntos, sin fisuras, con un mensaje común. Un hecho insólito que ocupó titulares y no pocos chascarrillos. Y ahí está la tragedia: que nos parezca noticia lo que debería ser rutina.
La unidad de acción entre administraciones no debería sorprendernos. Debería exigirse. Debería esperarse. Pero nos hemos acostumbrado tanto al ruido, a la pelea constante, a la política del «y tú más», que cuando las instituciones hablan al unísono, lo extraordinario no es el temporal, sino la foto.
Y lo grave es que la borrasca –con sus desbordamientos y sus evacuaciones preventivas– ha sido, en realidad, leve. Apenas un aviso, más allá de los negocios arruinados. Una llamada de atención. Pero bastó para que todos se alinearan porque, esta vez sí, había vidas en juego. Qué paradójico. Como si solo bajo amenaza de agua se pudiera cooperar. Como si los silencios, los recelos y los cálculos partidistas tuvieran una cláusula de suspensión temporal por causas meteorológicas.
¿Y cuando no llueve qué? ¿Cuando lo que está en juego no es una avenida del Adaja sino el futuro de esta provincia? ¿Acaso no hay también vidas abulenses atrapadas en decisiones que no llegan, en oportunidades que se aplazan, en proyectos que naufragan antes de zarpar?
Desde hace más de una década, desde este espacio, he insistido en la necesidad de un pacto por Ávila. Lo escribí cuando se anunciaba el Ávila 2020, lo repetí con la reconversión de Nissan, lo grito –porque ya no se puede decir de otro modo– cada vez que un tren se retrasa, una inversión se escapa o un joven hace la maleta porque aquí no encuentra su sitio. Y siempre la misma respuesta: ya veremos después de las elecciones.
Hace unos días, en un café, alguien decía: «A ver qué pasa en las próximas elecciones». Y otro, más lúcido que resignado, sentenció: «Ese es el problema, que siempre pasa algo... y lo que no pasa nunca es Ávila». Nadie dijo nada más.
Ávila no necesita más excusas. Necesita que esa unidad que estamos viendo ante la borrasca se vuelva costumbre. Que no haga falta un aviso meteorológico rojo para que las instituciones entiendan que también hay emergencia cuando un pueblo pierde vecinos, cuando se cierra una escuela, cuando se apaga una industria.
La cooperación salva vidas. También las que se pierden poco a poco. Las que se van sin hacer ruido. Las que están en juego cada vez que se posterga el futuro.