Estoy un poco harto, la verdad, de la lapidación a la que se somete a Íñigo Errejón, y conste que de ninguna manera trato de defenderlo. Simplemente, lo que defiendo es el no ensañamiento con alguien que es un juguete roto, que ha arruinado su vida y de quien solo cabe esperar que trate de rehacerla, cosa que parece que ya estaba intentando antes del Gran Estallido.
Errejón es un vicio de la política -no soy Cristina Fallarás, pero conozco no pocos casos de abuso, acoso y mobbing en el mundo de la política, en todos, y digo todos, los partidos-, una muestra más de ese síndrome de Hubris que hace que algunas personas que dicen representarnos se sientan superiores a los representados, con derechos sobre ellos y, además, impunes. Y también es una víctima de esa moda de las denuncias anónimas, a través de las redes o de confidencias muy interesadas vertidas en oídos de periodistas.
Pero la escasa moral de la política española no se refleja solamente en propasarse con una señora (o con un señor) en una discoteca. Más grave que eso -lo digo una vez más: no defiendo a Errejón, cuya conducta, por lo que vamos sabiendo y a reserva de una difícil presunción de inocencia, me parece execrable-, es, por ejemplo, mentir descaradamente desde el atril del Consejo de Ministros. O decir que, tras las elecciones, vas a hacer una cosa -llevar a Puigdemont a la cárcel, o no pactar con Pablo Iglesias, por ejemplo- y hacer exactamente la contraria al día siguiente de la votación aludiendo a que 'la necesidad hace virtud'. O, ya que estamos, yo diría que incumplir palmariamente la Constitución, como se ha hecho reiteradamente en los últimos meses, también sería merecedor de una sanción política, ¿no?
Y, sin embargo, esas conductas no parecen punibles. Se lo comenté a un amigo que se reclama fiel al 'sanchismo' y me dijo que el hecho de que el 'número tres' del PSOE, otro ejemplo, vaya a entrevistarse con un forajido para impetrarle favores al margen de la ley ,de manera que su jefe pueda seguir gobernándonos, "no es tan grave, porque ya nos vamos acostumbrando".
Así que ya sabe usted: cuando nos acostumbremos a conductas como las de Errejón no será tan grave, porque, al fin y al cabo, hay precedentes. Y así vamos cimentando una política cínica, coyunturalista, mendaz, carente de principios, dispuesta a todo con tal de permanecer en el poder. Ocurre, sin embargo, que, una vez traspasados determinados límites, que, ya digo, van mucho más allá de las indecencias de Errejón, los estallidos son complicados de controlar. Ni siquiera con la complicidad de la diosa Fortuna se pueden saltar las normas continuamente.
Tratar de permanecer en La Moncloa, en este marco, hasta 2027 se me antoja una aventura casi imposible. Y, por cierto, muy onerosa para la nación, que tiene que pagar a precio de oro cada uno de los votos en el Congreso de los Diputados, ya sea con acuerdos imposibles de cumplir con Junts y ERC, o con cesiones igualmente complicadas a Podemos o PNV. O reconstruir, igualmente a precio elevadísimo, a Sumar. O no quebrar la buena sintonía con Bildu, que, a su vez, estropea la buena sintonía con el resto del país. ¿Es eso gobernar?
Sí, Sánchez se aferra al cargo a base de no cambiar nada, ni siquiera lampedusianamente. Tiene claro quiénes son sus enemigos, aunque no sé si lo tiene igualmente claro con respeto a sus amigos. Y eso es lo malo: andan en malas compañías y pasa lo que pasa. Y ya veremos, por cierto, qué pasa, qué más va a pasar.