Como decía Ortega y Gasset, "el esfuerzo inútil produce melancolía", puede ser, por eso, recurrimos a la experiencia, madre de todas las ciencias. Para huir de trabajos inútiles nada como escarmentar en cabeza ajena. El refranero español, crisol y santuario del idioma, es un catálogo de belleza increíble, donde encontraremos miles de consejos y recetas.
Hoy, dado los tiempos que vivimos, citaré algunos refranes blancos y poco ofensivos, no los entrecomillaré, irán incrustados en el texto, pero son muy reconocibles. Nuestro idioma, que hablan 600 millones de personas, el castellano, es la lengua española y así reza en la Constitución, alimenta culturas y naciones y forma parte del conjunto de bienes, y es patrimonio que podemos legar a nuestros herederos. Obligación es cuidarlo y transmitirlo, hagámoslo con tiento, las palabras, recordemos, dan vida, aunque pueden quitar honra. Algunos refranes, dado los tiempos que corren, son un anatema, incluso políticamente incorrectos, pues la estrechez mental que nos rodea impide disfrutar plenamente de ellos. Cerremos la boca para que no entren moscas.
Ahora es saludable descansar de artículos dedicados a los redundantes temas políticos, y obligado trasladar a los lectores algo vaporoso para ir despidiendo el año, lo que es además de aconsejable, sano. Nada como retozar con algunos dichos, proverbios y sentencias, inspirados en situaciones bufas o grotescas, por prácticas chuscas y meteduras de pata plasmadas en el imaginario y repertorio popular: son inmortales, y lo bueno si breve dos veces bueno.
Ruego por Castilla, cada vez más desvalida, porque debiera acudir más al consejo de sus mayores y menos a los letrados; quejarse del alguacil al regidor es ir de mal en peor, por eso, la experiencia recogida en el refranero, alma de vivencias, es la solución. Alguno, de raquítico caletre, se empeña en caminar desoyendo la experiencia escrita. Construyen discursos mentirosos y olvidan que estos tienen las patas cortas y podrían acabar ante los tribunales de justicia; por contumaces les deseamos que pleitos tengan y los ganen. Quienes fían su relato al supuesto desconocimiento de quienes los escuchan, andan por mal camino, como mentirosos y querulantes ignoran la incomodidad de tener cuitas con la justicia, pareciera que prefieren vivir sin cuenta ni razón.
Idiota sería no usar ese maravilloso acervo popular que nos alumbra. Permite llamar la atención de los próceres, divulgar sus errores y mortificarlos. ¿No les gusta?, lo haremos con elegancia, no hace falta insultar, pero a Dios rogando y con el mazo dando. Hablaba anteayer con un castellano de pro, me enseñó que mal camino no lleva a buen pueblo; sentencia adecuada a estos momentos en los que prohombres patrios, torpes al caminar, no quieren entender que quien mal anda mal acaba.
Ir de tropiezo en tropiezo no parece adecuado; también es cierto que cuando tropiezas y no caes avanzas más deprisa, por tanto: ¡aviso a zancadilleadores! Las lindes del trayecto, sembradas de jaleadores de todo color y condición, desdeñan que quien siembra vientos pudiera recoger tempestades, o lo que es peor, podrían hundirse en el fango resultante de tanta polvareda, la soberbia les hace olvidar lo de las barbas del vecino, preocupante. Algún bocón ha tragado moscas, pero de sus bocas salen sapos y culebras, ¿qué habrán comido en esas entrañas los familiares dípteros cantados por Serrat? Seguro que nada bueno.
Algún columnista crea frases tan redondas que debieran pasar al acervo cultural, como la de Manuel Jabois, quien escribió, "una verdad después de cuatro mentiras es una verdad sospechosa". Sentencia contundente, a raíz de las declaraciones del afamado líder de la Comunitat Valenciana, que quedará unida a la desgracia de la Dana. Define el diccionario la mentira como expresión y manifestación contraria a lo que se conoce. Aquí no aplica lo de más vale tarde que nunca.
Dichos agudos y sentenciosos de uso común que encontramos en el refranero, pueden perfilar y anunciar nuestras conductas y carácter si arrancas como caballo y paras como burro. Recordar ese aserto, saber un punto más que el diablo, nos evitará juicios y jueces, y nos ahorrará muchos disgustos si los aplicamos a la vida ordinaria.
Los escribanos, según nuestro diccionario, son aquellos que por oficio público están autorizados para dar fe de las escrituras y demás actos que pasan ante él. En la España vaciada esa función suele recaer en personas instruidas como los funcionarios locales; también podemos recurrir a los personajes mejor ilustrados del entorno, a ellos acudimos, en nuestro desconocimiento, y de buena fe les pedimos ayuda en caso necesario. Reconozcamos sin pudor que la verdadera sabiduría está en saber que nunca terminas de aprender.
Pero ojo, si dices tu pena a quien no le pena, te quejaste a madre ajena. A veces, esos funcionarios se hacen los locos; aquí no vale aquello de, palabras de buen comedimiento no obligan, aunque den contento. La lealtad, como se explica en la obligación de los administradores, es atender únicamente los intereses de la sociedad. Pudiera ocurrir que al mejor escribano se le caiga un borrón, seguramente no intencionado, seamos comprensivos, pues la intención es prevaricación. Como ciudadanos civilizados, practiquemos borrón y cuenta nueva, tanto administrador como administrado, eso es convivencia y conveniente. No es buena la vanidad, nadie posee toda la ciencia, y aunque todo está en los libros, nadie los ha leído todos.
En Navidad, tiempo de generosidad, nada mejor que un libro. He aquí algunas sugerencias que el obsequiado usará con frecuencia y nos recordará con cariño. Vocabulario de refranes, de Gonzalo Correas, o 21.000 refranes castellanos, de Francisco Rodríguez Marín, entrambos recogen casi 50.000. Si quiere ir un poco más allá, decídase por Inventario general de insultos de Pancracio Celdrán, o El florilegio de frases envenenadas de Gregorio Doval. Mejor es que, quien te quiere te haga reír y no llorar.