Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Luz de gas

18/01/2025

Está mal eso de mirar los mensajes de los demás. No suelo hacerlo, pero reconozco que el otro día, en un acto con un puñado y medio de políticos, caí en mi propia trampa. Entiendo que la falta no cobra tan elevado sentido como para quemarme en la plaza pública, y menos aún cuando confieso lo hecho con este escrito público. Trato por ello de expiar la culpa. Fue un momentito, de veras, sin mala fe. Aquella luz brillante de la fila anterior a la mía captó mi atención, y una cosa llevó a la otra. Y aquí estamos. 
En mitad de la oscuridad de la gala emergía un fogonazo que emitía aquel teléfono móvil. Hacia allá que se dirigió mi vista. Caí en la tentación. Homo sum. El mensaje, que lleva usted unas líneas intrigado, decía lo siguiente: "Hay que compartirlo hasta que nos duela el dedo de compartir (sic)". El texto iba acompañado, por una fotografía o un vídeo que no me detuve a observar. No hizo falta. En el encabezado, podía leerse el remitente –ya que estábamos pecando, lo hicimos bien–. La arenga procedía de un –vamos a llamarlo así– grupo de trabajo integrado en un partido político. Permíteme que obvie cuál, porque podría ser cualquiera. 
A esto se dedican los próceres que lideran nuestras butacas parlamentarias, convenientemente guiados por mentes aún más preclaras que las suyas. Viviendo en su particular Matrix. Mucho más preocupados por los problemas reales que por hacer propaganda. Ah no, que es al revés. 
En otros pasillos, los que daban acceso las aulas de las facultades de Comunicación –que tampoco son lo que eran–, los pipiolos de finales de los 90 parlamentábamos sobre lo que nos enseñaban dentro, aquello del triunvirato que componían los verbos "formar, informar y entretener". Simple y conciso. Pero las palabras se las lleva el viento. Hubo compañeros de promoción que no creyeron nunca en esa terna. Siguen sin hacerlo, o lo hacen de una forma parcial o interesada, por cómo mueven el cotarro. Los partidos políticos, de unos años a esta parte, se han subido a ese carro, pero por desgracia mirando sólo a la tercera pata. ¡Por algo será! En breve tampoco les harán falta los medios de comunicación, porque ya tienen esos otros altavoces, y el siguiente paso será, sin ir más lejos, el podcast político, como en Estados Unidos.
Se ha estudiado y se seguirá analizando hasta el aburrimiento el impacto sociológico, clínico y mental que las redes sociales tienen en sus usuarios. En todos nosotros. No hay más que echar un vistazo a cualquiera de las plataformas que manejamos a diario para darnos cuenta de que nos echan de comer lo que nos gusta, como el pasto en los abrevaderos. La cuestión pasa por que el consumo de esa sabrosa alfalfa se haga con cabeza. Con sentido común, el menos común de los sentidos. 
Pero volvamos al fogonazo. Analizando el hecho, el propósito último al que se encamina la política de un tiempo a esta parte, sin rubor alguno, se llama espectáculo. Luz de gas. Llamar la atención, llevar cualquier argumento a mi terreno, alzar la voz todo lo posible, siempre más que el de enfrente. Cuanto más gritemos más razón vamos a tener, se oye decir al spin doctor de turno. En no pocos casos pegados a ese modelo bazofia que durante décadas ha triunfado en España, de la mano de ciertas plataformas televisivas que comprobaron que la máquina de triturar también pitaba como máquina de amasar billetes. Business as usual. Ahora todo se mide, se rehace en un momento, y aquello que antes tenía un periodo de latencia, ya ni siquiera cuenta con un tiempo de prueba. O impacta, o se desecha. A otra cosa. Tan ricamente. 
Este tipo de política resulta posible porque un móvil nos permite hacer lo que hace no tanto requería todo un equipo de grabación, monitores para editar, micrófonos… Y hoy un generación Z te hace un vídeo con efectos especiales que ya hubiera querido E.T. en su día. Todo se ha simplificado enormemente. Todo. También, el mensaje. Y los protagonistas que lo emiten. No están los mejores ni de lejos. No los deberíamos esperar. Los que perduran demuestran que los propósitos que les mueven pasan por aplastar al contrario e imponer criterios, algo que tanto gusta a la especie humana –que por algo es la única consciente de la maldad–. Todo por el puesto. Nos lo hemos ganado. ¡Que siga la fiesta! Lo pagaremos. Ya me entienden.