Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Lo del tren es abandono, desprecio y humillación (bis)

30/04/2024

Así titulaba mi escrito publicado aquí mismo el pasado dos de febrero. Si algo es imperdonable es que te mientan una y otra vez, y aunque el perdón se pudiera hacer cristianamente hasta setenta veces siete, es que ya sobrepasamos esa cifra, y todo sigue igual. Cuando tú eres el sujeto paciente, sientes que algo o alguien te ha abandonado indefinidamente, te desprecia y te humilla un poco más.

Habiéndome trasladado a Madrid el pasado día dieciocho de abril, para una reunión de mi logia, había sacado un billete de vuelta en un tren MD que hace el recorrido Madrid-León, con salida de la estación de Príncipe Pio a las dieciséis horas veintiséis minutos (para no seguir la jerga ferroviaria redondearé en lo sucesivo) a las cuatro y media de la tarde, con llegada a Avila a las seis de la tarde; un tren de los más rápidos que hay en este recorrido ¡solo hora y media en unos cien kilómetros! con paradas en Villalba y El Escorial. Rememorando a uno de mis profesores del instituto, que siempre comenzaba las clases pasada la hora, pero que decía: Ya que no hemos sido puntuales al entrar, seámoslo por lo menos al salir. Y efectivamente, al sonar el timbre, se acababa la clase. Efectivamente, el tren salió puntualmente de la estación, al parecer a una velocidad normal para él, pero ya en Villalba nos pararon interminables minutos; y con la paciencia y bondad de un santo abulense, te dices: bueno, algo pasará. Y lo aceptas, mirando al infinito por la ventanilla. Parada en El Escorial, otro tanto. Paradas en Zarzalejo, Robledo…Pero ¿Qué pasa? El tren camina a paso de burra, que podías llegar a ver las hormigas corriendo sobre las piedras. Lento, lento, lento. ¿habrá habido algún accidente? No ¿acaso algún incendio? No ¿tal vez alguna huelga de maquinistas? No ¿estará averiado nuestro tren? No. Misterio. Tampoco fue para que pasara otro tren más rápido. A veces funcionan esas pantallitas en los vagones, y alguna voz hasta en inglés, que te indican la velocidad y las estaciones, y que hay pasos habilitados para poder cruzar las vías ¡el no va más! Pues no funcionaban. Tampoco se pudo preguntar al revisor, porque este, no sé si por vergüenza o porque no sabría que contestar, no pasó en todo el camino para controlar el billetaje.  Llegada a Avila a las siete menos cuarto. No fue un retraso de un minuto, ni cinco, ni diez, fueron ¡cuarenta y cinco minutos! Cuando te restriegan continuamente en los medios de comunicación, la rapidez del AVE, sus precios bajísimos para algunos o gratis, su frecuencia, su comodidad, su puntualidad o te devuelven el dinero si llegan un poco más tarde de su hora, las mejoras que hacen en otros sitios, lo que pasa con nuestros trenes de Avila, es estar en otro mundo. Los viajeros de aquel tren, nos apeamos con la cabeza baja, en silencio, y como en el famoso estrambote de Cervantes: Fuese, y no hubo nada. Así somos, sufridos, silentes, buenazos o pachorras, ante este desprecio, abandono y humillación o ninguneo a que nos tienen sometidos ¿de quién depende esta situación? ¿Quién es el que lo puede arreglar? ¿el presidente del gobierno, a quien algún periodista ha llamado Pedro I el Mentiroso? ¿del ministro de turno? ¿de los ingenieros de Renfe? ¿de la presión de los políticos? O ¿lo que pase en Avila le importa un comino a todo el mundo? Mucho bla, bla, bla, y que esto puede terminar en un tren turístico-teresiano que parece ser es lo que desean, donde no hay prisa, pues esos viajeros ni se van a quedar en la ciudad, ni van ni vienen de trabajar y a hacer su sitio de residencia, ni van a pernoctar. ¿nos vamos haciendo a la idea, queridos conciudadanos?

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