Hay momentos históricos donde intentar hacer reflexiones sesudas pasa a ser muy complicado. La lógica de las cosas o el vulgar sentido común brillan por su ausencia. En general, es fruto de la renuncia colectiva a una básica humildad intelectual.
Con los riesgos inherentes a la generalización simplista, la izquierda ha pretendido ser una defensora a ultranza de las construcciones intelectuales imaginativas, aunque la experiencia le demostrase que era el camino equivocado. El comunismo soviético, chino o cubano fueron incapaces de traer equidad a sus compatriotas; los intelectuales de la época se negaron a aceptar la derrota.
La derecha siempre ha tenido un desprecio a las disquisiciones intelectuales y se ha escudado en el sano pragmatismo, porque en teoría tenían unos robustos principios que les blindaban de los errores de la izquierda. Siento decir que en la segunda guerra de Irak y en la mal llamada guerra contra el terror se optó por olvidarse de los principios y se decantaron por un pragmatismo radical. El resultado del fracaso sigue siendo visible.
Ambas cosmovisiones cojean de lo mismo, una soberbia intelectual que les impide ver el resultado de sus creaciones. En la vida, cualquier acto provoca una reacción. Lo más dramático es que habitualmente las consecuencias no las vemos venir o somos tan prepotentes de considerarlas como vulgares contratiempos.
Las purgas comunistas, con la eliminación física de personas, o las torturas militares para obtener información son prácticas inmorales. No descarto que las segundas en ocasiones puntuales hayan salvado vidas, pero degradan a quien las usa y abre una espiral de consecuencias incontrolables. No deberíamos infravalorar la capacidad para hacer el mal del ser humano y su increíble talento para la imaginación maléfica.
Toda esta disertación busca recordar una idea simple. Nuestros actos tienen consecuencias. Los principios no impiden que se produzcan errores, fallos o actos culpables, pero siempre reducen las consecuencias de esos actos. La bola de nieve se frena cuando recuperamos el coraje para evitar la espiral de daños.
Cuántas veces habríamos evitado problemas mayores si nos hubiésemos enfrentado a las primeras consecuencias. La mentira es un tiempo robado que nos aporta una paz temporal hacia una angustia mayor. Nadie pide una transparencia permanente, sino una templanza serena. Para alcanzar ese punto necesitamos ser coherentes, vital e intelectualmente. A la izquierda le gusta ser inflexible dogmáticamente sin valorar la experiencia real. La derecha parece que va por el mismo camino.