A veces da un poco de vergüenza el tono y contenido de los debates patrios. Yo diría que hay como una descolocación generalizada, que hace que a nuestros vecinos del norte les despreciemos -supongo que a ellos les habrá importado bien poco- no acudiendo a su fiesta magna, que es la inauguración de la 'nueva' catedral de Notre Dame, y peor aún cuando nos enteramos de que el ministro de Cultura, que era a quien le tocaba ir, es que estaba en el circo. O hace la tal descolocación que el presidente del Gobierno no acuda a unos funerales por las víctimas de la riada en Valencia. O que sea nada menos que la ministra de Hacienda y vicepresidenta primera del Gobierno quien negocie con el forajido para procurar la permanencia de este Gobierno en el poder.
Alguien me tiene que explicar el porqué de la ausencia de los Reyes en París, la razón -la imagino, y tiene que ver con abucheos-por la que Sánchez no fue al funeral de Valencia, qué explica que quien tendría que tener ya elaborados los Presupuestos para el año próximo ande dando vueltas como pollo sin cabeza acudiendo a mil cometidos menos precisamente el que abierta, y no clandestinamente, tendría que abordar.
Sé que Sánchez, ridículamente instado por Puigdemont para que se someta a una cuestión de confianza, aún debe estar riéndose en algún salón de La Moncloa. Que alguien que ha faltado tantas veces a su palabra como el presidente de Junts diga que el presidente del Gobierno central español "no es de fiar" lo único que hace es fortalecer a Sánchez: entre pícaros anda el juego es lo menos que podríamos decir.
Todos dicen -y este miércoles supongo que las fuentes gubernamentales tendrán oportunidad, en sus contactos con los medios, de ratificarlo- que Pedro Sánchez está seguro de que podrá sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y que en los pasillos del poder se apuesta doble contra sencillo por el agotamiento de la Legislatura, pase lo que pase con las declaraciones de Ábalos -que tengo para mí que ya ha pactado con su antiguo jefe: el pacto del dentista, 'no vamos a hacernos daño'-, y las de Aldama y Begoña Gómez ante distintas instancias judiciales.
Pero, más allá de esa seguridad, algo jactanciosa en que todo le va a salir siempre bien que alumbra el tortuoso camino de Sánchez, la verdad es que la sensación es la de que no estamos a lo que estamos y claro, eso provoca desconcierto generalizado en los administrados, es decir, en la ciudadanía. Con la que está cayendo en el mundo mundial ¿es tan importante no haber ido a París, no haber acudido al funeral de Valencia, que Puigdemont, el prófugo, se siga riendo del gobernante que presume de ser el más sólido de Europa?
Hombre, hay cosas más graves, sin duda: mire usted Siria, Gaza o Ucrania. Lo que ocurre es que no se puede estar en misa y repicando, y resulta que, para nosotros, que cuando Francia estornuda pillamos una pulmonía, París bien vale una misa en Notre Dame. O en Valencia. Las ausencias, el ir corriendo para no estar donde hay que estar, nos muestra la radiografía de un Gobierno que, haciendo, como hace, cosas buenas, anda como desnortado, despistado, pensando siempre en lo mismo. En seguir.