Una «barrera», en términos arquitectónicos, se asocia a las fortalezas antiguas: «parapeto para defenderse de los enemigos». Y luego les propongo otro concepto: el 'Efecto Magnus'. Un fenómeno físico que se produce cuando un objeto en rotación se mueve a través de un fluido. Pongamos el aire. Y como 'objeto', una pelota. Mezclemos los conceptos sobre un campo de fútbol. Los entrenadores comenzaron a poner barreras muy pobladas desde hace muchos años. El árbitro contaba 10 pasos (el reglamento sitúa el muro a 9,35 metros) y los guardametas colocaban al último jugador casi en línea recta entre la pelota y el poste. Los balones viejos pesaban demasiado y no había forma de darles demasiada comba a pesar de que Heinrich Gustav Magnus ya había enunciado su teoría 100 años antes.
Pero los materiales cambiaron. Las pelotas, cada vez más ligeras e imprevisibles, comenzaron a trazar curvas asombrosas. Y los lanzadores lo aprovecharon. A todos nos viene a la mente el disparo de Roberto Carlos ante Francia, a pesar de que Fabian Barthez había llevado a su último jugador a más de un metro de la recta poste-pelota. Esas curvas, de izquierda a derecha y viceversa, incluso de arriba abajo (la 'folha seca'), forman ya parte del paisaje habitual de un partido de fútbol. Con todo esto (Magnus, barreras y nuevos balones) enunciado… ¿Qué demonios hizo Courtois en el 1-0? ¿Cómo regalarle una opción así a un futbolista como Rice, que no había marcado en su vida un gol de falta? El belga salvó varias pelotas, pero regaló una decisiva. «Si van a formar así, mejor no me pongan nada y al menos veo la pelota», protestó una vez Chilavert cuando dos compañeros de la barrera se abrieron.