El resumen, si puede resumirse la locura del miércoles en Granada, es: «Atacando así puede con cualquiera, defendiendo así… con nadie». A nadie que siga el día a día azulgrana puede sorprenderle la 'vaina' de Los Cármenes. Es un equipo comido por las lesiones y la mala planificación en defensa, que fía la «puerta a cero» a un par de milagros de Ter Stegen… pero que ha vuelto a correr cuando mira la portería del rival, que ha olvidado esa versión caduca y acomodada en la que jugaba al paso-trote (tan fácil de defender), y que tipos como De Jong o Pedri desde la novedad, Griezmann o Dembelé desde la regeneración, han refrescado piernas y ambiente hasta regresar al trote-galope (tan imprevisible).
De todo lo que sucedió el Granada, lo más llamativo es del 'cero' en goles de Messi en un partido de cinco a favor. Y a pesar de los dos goles y dos asistencias de Griezmann, el argentino fue el mejor azulgrana. El mejor del partido no: lo que hizo Aarón entre los palos, a pesar de dos errores en el 2-1 y en el 3-4, fue una colección de milagritos que explican, por ejemplo, por qué el Barça no se fue de la tierra de la Alhambra con un 2-10, por ejemplo. Cuando Messi hace uno de esos partidos de cabeza baja, todas las fotos del día siguiente son suyas, y los agoreros y magufos hablan del pecho frío, el capitán sin agallas, el genio sin personalidad… Este miércoles, Messi percutió, dirigió, la pidió y lo intentó del uno al ciento veinte; originó los dos primeros y el cuarto, disparó seis veces a puerta y una al palo y, evitando las habituales fotos de las noches de desgracia en azulgrana, jamás se escondió.
Y dos líneas mal contadas y tiradas para una reflexión al margen de nombres y colores: con noches así, el actual formato de Copa está plenamente justificado.