El líder religioso Manes, fundador del maniqueísmo, proclamó la existencia de dos principios irreconciliables: el del bien y el del mal, el de la luz y el de las tinieblas, que luchan entre sí de forma constante. Hoy el maniqueísmo, igual que cuando nació en Persia en el siglo tercero de nuestra era, lo hacen suyo quienes se consideran "elegidos", pues ellos y sólo ellos disfrutan la fortuna de estar siempre en el lado luminoso de la Historia. Son gentes que todo lo valoran desde ese dualismo del bien y del mal absolutos, sin matices ni términos medios. Como poseedores únicos de la verdad, cargan la plenitud del error en quienes sustentan ideas contrarias a las suyas.
Considero que el maniqueísmo religioso de antaño ha dejado de ser una ideología para convertirse en peligrosa enfermedad social. En algunos lugares como España, esta enfermedad adquiere tintes de pandemia, pues se sufre lo mismo en altas esferas de gobierno que en parlamentos, medios de comunicación, instituciones e incluso en infinidad de hogares. Existen familias en las que, cuando sus miembros se reúnen en fechas tan sagradas como la Navidad, han decidido no abordar determinados temas, principalmente partidistas, pues el maniqueísmo militante que practican empuja a muchos a lanzarse unos contra otros cuando alguien tiene la osadía de no compartir sus postulados. Les puede más el delirio de creerse poseídos por el bien y la verdad que el embarazo de enfrentarse a un hermano o a un padre. Y, si el endiosamiento de la verdad y del bien son líderes políticos los que lo tienen, suelen servirse de estratagemas tan burdas como apresurarse a satanizar a sus adversarios ante los electores para qué éstos les admitan cualquier barbaridad con tal de que los satanizados oponentes no lleguen jamás a un poder que únicamente a ellos pertenece
Las pandemias se propagan por contagio y no escasean por desgracia quienes, aquí y ahora, inoculan el virus de la intolerancia ni faltan los que trabajan contra el rico pluralismo de las ideas, construyendo muros de exclusión, oponiéndose a la necesaria alternancia en la dirección del país y trazando ridículos cordones sanitarios o aberrantes líneas rojas tras de las cuales colocan a quienes tildan de peligrosos apestados. Inconscientes de su propia peste, inoculan a voleo bacilos de fanatismo desde el liderazgo que ostentan, o desde tertulias televisivas en las que ellos o sus partidarios parlotean sin descanso, o desde emisoras y periódicos a los que llegan sin otro afán que predicar odios y ridiculizar al que se atreve a poseer criterios propios. De todo ello se deriva, evidentemente, una sociedad española dividida, manejable y débil, proclive al dogmatismo y al repudio que ven en sus jefes de filas, una sociedad que no en su totalidad, por supuesto, pero sí mayoritariamente a veces, olvida lo que a los españoles nos une e ignora la grandeza de intentar comprender las razones múltiples que a cualquiera le asisten a la hora de sentir o de pensar lo que piensa y siente. Me parecen lamentables las parcelas ideológicas que alguien ha diseñado para trocear a esta querida y vieja España. En cada una de esas parcelas, los que en ellas están consideran que representan en exclusiva el maniqueo concepto del bien y que los demás son rechazable personificación de la maniquea tiniebla y del mal maniqueo.
Machado hablaba de dos Españas que, a los niños que aquí nacen, acabarían helándoles un día el corazón. Lo afirmaba porque los españoles llevamos siglos amando la bipolaridad y enfrentándonos entre nosotros como absolutistas o afrancesados, isabelinos o carlistas, liberales o conservadores, monárquicos o republicanos, rojos o azules… En fechas más recientes, como seguidores de la izquierda o de la derecha. Pero el añejo concepto de izquierdas y derechas ha muerto y hoy sirve sólo de careta a muchos que no pertenecen a ideología alguna. Se pertenecen a sí mismos y son, simplemente, manipuladores de masas, manipuladores de un cuerpo social debilitado por la severa pandemia maniquea cuyos virus ellos se encargan de inocular en la médula de esta sufrida España de todos.