Mientras inicia su recorrido parlamentario el difuso Plan de Regeneración Democrática y Feijóo se va a ver a Meloni para seguir instruyéndose sobre inmigración tras su reciente visita a Grecia, pues, como se sabe, este país e Italia son hoy referentes en el enfoque civilizado y humanitario de la cuestión, nos enteramos de que la empresa que elevó el táper a las cotas más altas del menage así intramuros como extramuros de las cocinas, Tupperware, se ha declarado definitivamente en quiebra, esto es, que se acabó el genuino táper.
Puede que éste suceso no parezca, ni lo sea, tan importante como los antes mencionados, pero corrobora la desaparición, más que de una compañía o un producto, de una época. Al táper de Tupperware ya empezó a matarlo a comienzos de éste siglo la mayor conciencia social de los perjuicios para la salud, de las personas y del planeta, del plástico. Sin embargo, esa conciencia no debía ser muy sólida cuando cada vez hay, en realidad, más táperes, bien que no de la marca original, sino de las innumerables copias y réplicas del recipiente que inundan los hogares y hasta los lineales de los supermercados. Antes, el táper se utilizaba para guardar en la nevera los alimentos o para llevarlos de pic-nic o al trabajo, pero hoy los alimentos ya vienen en sus correspondientes táperes, que no otra cosa son las bandejas y los envases de plástico en los que vienen envueltos y re-envueltos. Pero eso ya no lo fabrica Tupperware, y se ha ido a la quiebra.
Ahora bien; lo que remató al táper-táper fue, cómo no, el Covid: acabó con las reuniones-tupperware donde más se comercializaba, aquella marcianada con la que centenares de miles de mujeres de todo el mundo se sacaban unas perras extra sin moverse de casa. Analizadas fríamente, antropológicamente, aquellas reuniones introdujeron el absurdo total en las relaciones familiares y sociales ya de suyo bastante absurdas muchas veces, y no tanto por su abierto componente dinerario como por crear un escenario insólito: gente que invitaba a su casa a familiares, amigos y vecinos para encasquetarles cacharros de plástico. Con el Covid, sus miedos y sus cuarentenas, las reuniones-táper se fueron al carajo, pero, al contrario que tantas otras reuniones, que se han acrecido desde entonces hasta extremos inimaginables, no han conseguido remontar la pandemia. Ya nadie se sentará alrededor de un montón de táperes. Lo dicho: el fin de una época.