Tras el prodigio ocurrido en 1817 en Moral de Calatrava, fray Julián de Piedralaves se trasladó a otros conventos de la orden franciscana, hasta la exclaustración y desamortización nacional en 1836, que le alcanzó en el convento madrileño de San Cayetano. Entonces regresó a su Piedralaves natal, donde pasó sus últimos 6 años de vida.
Volvió a su casa de nacimiento, que se conserva, con dos placas en la fachada que recuerdan a fray Julián, y dentro, su silla y su chaleco. Una casa humilde de piedra, de dos plantas, en la calle Rosales, esquina a la de Cantarranas, hoy calle de Castor Robledo número 19. Pasaba los días en silencio y oración en el piso de arriba, solo bajando para ingerir algún alimento humilde y frugal, aunque también ayudaba al cura en algunas tareas como bautismos. Su aura de santidad crecía entre sus vecinos.
A los 64 años, el 9 de octubre de 1842, sintiendo que llegaba su final, pidió que las campanas tañeran por su alma, y describió a sus familiares cómo sentía que se aproximaba la muerte, comenzando por un hormigueo en los pies, hasta que, al notar su avance, apoyó la mano en la pared de su dormitorio, la misma habitación en la que un día había nacido y le estaba reservado exhalar serenamente su último aliento, quedando para siempre una huella marcada en el muro, hasta el día de hoy. En el acta de defunción el físico de cabecera registró como causa del fallecimiento una peritonitis.
Sus últimas voluntades, expresadas oralmente pues no testó, fueron ser enterrado bajo las goteras del portal de la iglesia, para que todos, hasta los perros, le pisasen al caminar, en un rasgo de máxima renuncia. Y si llevados por su fama de santidad los vecinos querían exhumarlo, manifestó su deseo de impedirlo hasta llegada la cuarta generación de descendientes de su familia.
Hoy, superado ese límite temporal, nadie ha buscado los restos de fray Julián de Piedralaves, para confirmar que se cumplió su voluntad de reposar en dicho emplazamiento. Que se le sepultó en la iglesia de San Antonio de Padua lo escribió el párroco que le administró sus últimos sacramentos, Pedro Muñoz.