El futbolista de élite sabe cuándo un remate va disfrazado de gol. Tiene claro que nada evitará que esa curva o esa recta que él ha trazado de un puntapié termine en las redes. Sin embargo, ese «nada» contempla, para dolor del goleador frustrado, unas mínimas excepciones: de vez en cuando, justo una décima de segundo antes de explotar de júbilo, se te queda la cara del conejo cuando le echas las luces largas. No te lo explicas. Miras a tu alrededor, buscando una explicación que no llega, mientras la parroquia local (en los tres casos que nos ocupan) respira aliviada primero y celebra eufórica después: evitar un gol cantado es, sí, cantar un tanto.
Rodrygo, Mbappé y Ziyech tendrían que haber salido de la sexta jornada con una diana más en su casillero. Al brasileño le puso Bellingham un 'balón-crema', un centro perfecto, y él solo tenía que poner la cabeza y correr hacia Jude señalándole como agradecimiento. Pero Ronnow, portero local, sacó la mano izquierda a bocajarro, alta y fuerte, y lo evitó todo. Al día siguiente, Mbappé propuso un desmarque en largo y sus compañeros lo entendieron: dribló a Kobel (portero del Dortmund) y disparó a puerta vacía. Se giraba para celebrar, pero por allá apareció deslizándose por el suelo Süle, el 'gigante' al que algún día estudiarán cómo mueve sus casi 100 kilos a esa velocidad, y sacó una pierna alta para negarle la sonrisa. Y unos minutos después, Ziyech (Galatasaray) sacó un zurdazo delicioso que iba exacto al ángulo, y donde todo Copenhague iba a llorar, apareció la mano de un muchacho polaco (Grabara) para hacer una de las paradas de la Champions.
El fútbol vive del gol y a veces 'sospechamos' de los villanos que los evitan. Pero Ronnow, Süle y Grabara merecen la misma gloria de los héroes que salen todos los días en las portadas.