Desde el otro lado del túnel me tomo el café en uno de mis lugares favoritos con un dulce que no es típico pero sí es navideño, al menos en su decoración.
Y sentada en una pequeña mesa observo el vaivén de los transeúntes. No sé si es el olor a café, a castañas o el frío que se ha instalado en mis huesos, pero Nostalgia ha venido a visitarme. Puede que sea Tiempo y junto a él echo la vista atrás y veo todo lo que hice contigo, conmigo y ahora con vosotros. Me quedan mil cosas, pero no he desaprovechado el momento.
Eso sí, este año 23 ha valido por 5. Desde diciembre del 22 no he parado de luchar, más aún si cabe. Por miedo. Por mí. Por nosotros. Por vosotros, sobretodo. Luchar por ocupar el lugar que debo ocupar. Que debo y deseo. Soy de las que te contesta que si me toca la lotería (que me tocará el próximo 22) seguiré trabajando. Ya sabes, soy de las privilegiadas que hace lo que le gusta. Eso sí, el próximo año voy a enfocarme en subir al siguiente peldaño. Pero eso te lo cuento en enero. Cuando componga mi lista de despropósitos.
Estoy más nostálgica de lo habitual. Pero no voy a dejar que ese sentimiento se torne triste. No sé muy bien lo que es la nostalgia, te confieso. Pero sé que no le voy a dejar mucho espacio. Recuerdo lo que fueron mis navidades de pequeña. Mis abuelos, sus cenas y comidas del 24 y 25. Las prisas por cenar el 31, entre plato y plato arreglarte para salir corriendo tras la última uva. Ahora elegir qué pijama ponerme para calentarme delante del fuego y ver los programas reguleros de nochevieja. Lala. Siempre a mi lado. En la mesa, en mi habitación. Sigo mirando tu balcón cuando entro y salgo de mi cole que ahora es el de tus bisnietos. Sigues ahí, apoyada a veces en la barandilla. Estás en mi corazón y guías mis días, mi ejemplo. Y por eso no quiero que el miedo me arrastre y me ahogue. Este año, que vale por cinco, me he dado cuenta de que me estoy amedrentando. Cosas que antes no pensaba ahora ni quiero pensarlas. Antes, cogía el coche sin más y me plantaba donde fuera. Ahora pienso todo al milímetro. Y no es porque sea madre. Que sí. Porque lo hacía siendo madre. Aunque puede, según te cuento esto me viene la idea, que ahora sea más consciente de que soy madre. Siempre lo he sido. Pero creo que ahora veo cómo el mapa se expande más allá de sus límites.
A medida que pasa el Tiempo, Tiempo se hace más constatable. Más real. Cuando tienes menos edad no es asunto que ocupe importancia en tu vida. Ahora el Tiempo es demasiado valioso como para perderlo. Hace poco te hablé de cómo tomo decisiones. Tengo otras dos fórmulas en mi vida para que el Tiempo, alguien muy serio, ya sabes, Alicia, sea más provechoso y las acciones sean llevadas a cabo. Cuando recomencé a estudiar la oposición, tarea nada fácil, implementé la regla de los dos días: no permitir saltarme la rutina más de un día seguido. Hoy estudio. Hoy no puedo estudiar. Pero mañana sí. Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto; es un hábito. Aristóteles dixit. Y ahora ya no solo es con el estudio. La otra norma, la de los dos minutos, tiene que ver con la casa y su orden. Y eso lo aplico para los pensamientos.
Solo dos minutos para la nostalgia.