El discurso de investidura de un candidato a la presidencia del Gobierno tiene la finalidad de explicar cuál será la acción de gobierno a lo largo de la legislatura, hacer una profesión de fe de los valores que la van a informar, defender lo hecho en los años precedentes y animar a la ciudadanía a la que se le promete que vivirá mejor y que la alternativa que se vota y para la que se pide la confianza es más solvente, creíble y beneficiosa para la gente. En la intervención de Pedro Sánchez no hubo nada que se saliera de esa tradición ya acrisolada y así transcurrió la mayor parte del tiempo, empleado en presentar su programa hasta que comenzó a hablar de aquello que hace singular esta ocasión, la concesión de la amnistía a los condenados y procesados de los procesos independentistas, cuya consecuencia es la recolección de los votos de ERC y Junts para su nombramiento.
Que el futuro presidente el Gobierno tenga que gastar tiempo en demostrar la legitimidad de su designación, su defensa de la Constitución y del Estado democrático, o que los símbolos nacionales no son privativos de nadie, es una anomalía. Recordar la historia sobre cómo han actuado tus predecesores en situaciones similares, cuando han necesitado el apoyo de partidos nacionalistas, es redundante por sabida; al igual que las consecuencias nacionales e internacionales de que el PP haya dado entrada a la ultraderecha de Vox en gobiernos cuando en otros países se mantienen los cordones sanitarios, cada vez más débiles, porque cada vez gobiernan sobre más gente porque los partidos conservadores tradicionales les han comprado el discurso, con guiños a la legitimidad de la calle frente a la institucionalidad. O ir hacia adelante o anclarse en el pasado fue la alternativa que propuso Sánchez. Cuando el futuro presidente hablaba de iniciar una etapa de cordura y respeto mutuo, sus palabras no dejaban margen a ninguna posibilidad a que se tendieran puentes con el PP.
En la parte amplia de su discurso en la que actuó como oposición a la oposición -lo que tampoco es nuevo- a la hora de exponer las líneas básicas de sus propuestas en materia económica, social y laboral, Pedro Sánchez realizó una serie de anuncios en la línea de la continuidad y el reforzamiento de las ya vigentes, con el guiño a los sectores más desfavorecidos por la marcha de la economía, a los sectores minoritarios que se están viendo agredidos en los últimos tiempos, por lo que considera que atender a sus necesidades es defender la verdadera igualdad entre los españoles.
Y por fin, la amnistía. Nada nuevo en su mensaje, pobre argumentativamente, con proyecciones buenistas sobre los que se espera de sus resultados y la consolidación del cambio de clima en la convivencia en Cataluña. Pero sobre lo importante no se escondió. Repitió el argumento de la necesidad y la virtud que supone que busca los votos del independentismo con la finalidad primordial de seguir en La Moncloa. En su descargo, puso el acento en que, a la derecha, más que las consecuencias positivas que pueda tener esa medida para la normalización en Cataluña, la amnistía le sirve de excusa para expresar su frustración por no haber alcanzado el gobierno y no poder parar los avances sociales. Así será imposible la paz política.