Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Legislatura hipotecada

21/11/2023

Gravada por la amnistía, nace una legislatura con una carga hipotecaria excesiva. Lastrada por idas y vueltas oportunistas la tensión es máxima. No caben aporías. La mirada cainita envuelve una atmósfera de trincheras. Mientras, en la distancia, media sonrisa irónica y traviesa de un nacionalismo independentista que, tras años opacos y de ostracismo y vuelo corto, se siente ufanamente victorioso. Hasta las elecciones tanto en Cataluña como en País Vasco. Luego, como entonces, todo se verá y se andará. Vivimos el ocaso de las ideologías, pero también de la transición. Quizá alguien abrace la bandera de que estamos ante una nueva, pero se equivocaría, ninguna transición nace desde la deslealtad. 
Somos muy dados a desculpabilizarnos a nosotros mismos y hallar, en el de enfrente, toda culpa y cualquier reproche. Desplazamos lo negativo o nuestras fobias con la grandilocuencia del insulto y la provocación interesada. Las hemerotecas, esas que nadie consulta en verdad, nos regalan los que fuimos y dijimos y lo que estamos ahora haciendo y diciendo. Ver para creer. Pero todo cabe en el cambalache de la política de patio colegial tan dada en este solar patrio cada vez más desmadejado y desorientado.
Estamos rompiendo consensos, convivencias y haciendo que el griterío y la confrontación tomen asiento y lo que es peor, llenen calles y relatos. Cuidado con las derivas, los extremismos y la senda intransitable hacia la violencia, luego no hay vuelta atrás. Y lo que es peor, hay un claro intento de destruir y deslegitimar al adversario. Esta es una estrategia soterrada que es evidente y que solo lo más necios se niegan en querer ver. Se acaba un tiempo y nace otro, más ignoto y completamente distinto y divergente. 
España vira, está cambiando, lo están haciendo. De momento ante una aparente pasividad de la sociedad española, su gran mayoría, por acción u omisión, ahora se hace de otro modo. Lo malo es que el destino y la solución propende, predictiblemente, hacia un empeoramiento de la convivencia y puentes que no serán ni están siendo restañados. Quiénes los rompieron celebran su victoria, sedienta aún de otros Rubicones, cueste lo que cueste. El alma nacionalista no se saciará hasta la consecuencia de la ruptura y el Parnaso acrisolado de románticas ensoñaciones que nos lastrará a todos.
Y para esta hipoteca no hacen falta ni fedatarios ni registradores que inscriban nada. Todo se está haciendo y deconstruyendo entre bambalinas de tiras y aflojas que condicionarán, modalmente, toda la legislatura. Quizá se equivoquen los que aventuran que será breve, quizá no. Pero la presa y la dentada se aprestan a estirar y cobrar su tributo a toda costa. El secretismo bendice las viejas patenas de reivindicaciones pasadas y hoy revividas. La anuencia es total. Como la resignación de un viejo partido cada vez más impotente de mirarse al espejo, o tal vez, timorato de encontrar el reflejo del callejón y el espejo del gato vallencliniano. Esta vez sí, han dado doble cerrojazo al sepulcro del Cid y arrojado a los mares de la mentira y la vaguedad aquella llave eternamente oxidada y reflejo de lo que fue y tal vez ha seguido siempre siendo España hasta nuestra democracia y transición.
Hemos vivido atrapados en la falacia de la amnistía, en el juego y devaneo discursivo, en su encaje o no constitucional. Y como jurista, aunque no guste, en verdad, nuestro texto constitucional no prohíbe la amnistía. Otra cuestión son sus consecuencias. Interpretemos y leamos correctamente el artículo 87.3. pero esta, es otra historia. 
Suenan demasiados réquiems. Repican campanas de interesada confrontación apuestas y dispuestas a hacer el juego a quién tiende o tienden las trampas. En España se embiste bien, porque no se hace con la cabeza, sino desde la sinrazón las más de las veces y el corazón del alma de la vieja España, las restantes. Nos han demostrado que no hay moral. Tampoco el valor de la palabra. Muere la igualdad y prima el privilegio y la diferencia.
Serenidad, firmeza, prudencia, lealtad y, sobre todo, respeto a las instituciones. Solo así, preservaremos una fuerte y sólida democracia y, por encima de todo, los valores democráticos. Esos mismos que nos han traído precisamente a donde hoy estamos. Esa es la grandeza mayúscula de la democracia, por mucho que algunos la pisoteen y otros la enerven para fustigar, opacar y aplastar al adversario. Aprendamos de nuestra historia. Leamos. Y hagámoslo con asepsia. Que no se repitan los meses iniciales de aquél fatídico 1936.  
Cuando tras el 15 de mayo la palabra fue regeneración, y muchos, sobre todo, aquella emergencia juvenil de líderes que afloraron y hoy no queda ninguno en los partidos, comprendimos que solo era una nota en una melancólica y aburrida partitura donde nadie quería cambiar absolutamente nada. Tal vez, el resultado de todo aquello, y donde el nacionalismo tuvo miedo, es el momento presente. Un momento de hipotecas ocultas.
Y no, no caigamos, pese a todo, en afirmar que la legislatura, el gobierno, etc., es ilegítimo. No lo es. Los pactos de gobierno y para un gobierno enfrentado en dos mitades como España misma, están creando una situación incómoda, compleja e irreversible. La España polarizada.