Las guerras son conflictos de poder, que es otra expresión del miedo. Pelear es una de las formas con las que el ser humano lo mitiga. Somos animales, tememos a la muerte y a la extinción, llevamos en los genes la supervivencia. Lo hemos replicado también en nuestras sociedades.
La Primera Guerra Mundial fue la última antes de la vuelta a un concepto olvidado desde las de religión del siglo XVI: la guerra con la ideología como excusa. Cuando los cañones de agosto dejaron de tronar en 1918, ganaron países, no formas de pensar. Los vencidos pagaron deudas, renunciaron a territorios, perdieron reinos, pero no por ello fueron moralmente inferiores, no ganó el bien frente al mal.
Además, trajo nuevos tipos de enfrentamientos. Entre las innovaciones bélicas, las trincheras de Francia nacieron como líneas defensivas, para no perder posición ante un ataque. Mas, enfrentadas a otras, se volvieron lodazales de carnaza, abyectos hoyos donde pasar meses, años, rodeados de los propios, a veces disparando desde el terraplén con la máscara para no respirar el gas enemigo. Solo se salía para morir. La guerra de Ucrania –1058 días, gracias, Sara– las reinventa, cicatrices recorriendo las planicies de Donetsk. También ha recuperado un conflicto a la antigua, carente de creencias, basado en el dominio puro.
Hoy tenemos otras metafóricas trincheras ideológicas: las locales –ridículas, carentes de convicciones, muchas veces amparando rencillas personales– o las que excavan en los grandes conflictos morales; izquierda contra derecha, norte contra sur, ricos contra pobres. Ejércitos parapetados tras sacos terreros llenos de vacías argumentaciones. Refugios donde se razona igual, se piensa igual, se odia igual. Las culpas solo existen más allá del sembrado de alambradas, en la trinchera enemiga; sin una enfrente, la propia pierde sentido. Ya no hay combates dialécticos, solo estentóreas consignas gritadas al aire. Sirvan de ejemplo las redes sociales: antaño ágoras –donde tirios y troyanos se despellejaban, pero ágoras–, hogaño fosos. X-Twitter se ha echado al monte, causando el éxodo de millones de usuarios. El paraíso al que han ido a parar, Bluesky, es nueva trinchera, con una pátina de aparente cortesía que se rompe en pedazos cuando de insultar a rivales se trata. Meta –Facebook, Instagram, WhatsApp– está también cavando zanjas sin descanso.
Las ideas se pudren en las trincheras. Para mí, estimados tres lectores, nada como una batalla en campo abierto. Si no es pelea por el poder, sino por la fe, que sea la lucha cual carga de la Brigada Ligera por el Valle de la Muerte. Contra cañones, si fuera el caso, pero con el sable de las creencias en alto y la cabeza siempre erguida.