Durante estos últimos días son noticia permanente, nada agradables, sino más bien muy preocupantes las crecidas del río Adaja, porque estas continuadas borrascas que ahora las dan nombre y todo, esas que tras unas nevadas tardías pero siempre buenas para la reservas de acuíferos, se solapan con fuertes lluvias por lo que el agua caído y la nieve acumulada propician un doble caudal en nuestros casi siempre humildes ríos, pero que a veces de enfadan y nos dan algunos sustos, como ahora es el caso.
Cuando escribo estas líneas ha vuelto a llover con bastante intensidad, y pronostican que así serán los próximos días, con lo cual, este tema no ha terminado, sigue ahí amenazante.
Mucha información puntual y detallada está dando este Diario del acontecer de las repetidas avenidas del río Adaja, especialmente a su paso por Ávila y del río Chico que hoy es grande y amenazador, que ha dejado inundaciones poco comunes, pero no es la primera vez ni seguramente será la última.
Yo hoy quiero comentar cosas de nuestro río, humilde y deleitoso que es nuestra columna sur-norte de esa vía de aguas benefactoras, aunque a veces hagan algún daño… Aguas que se remansan en esa gran obra hidráulica que nos sujeta el preciado líquido, para regadíos y especialmente para el consumo humano, no sólo del norte de nuestra provincia, sino también de las limítrofes de Segovia y Valladolid, con esas tomas y potabilizadoras que abastecen a una población considerable de ciudades, villa y pueblos.
Cuántas veces decimos al púbico visitante que la situación geográfica de Arévalo propició su establecimiento como población notable, en las comunicaciones entre los pasos de la sierra y la llanura del Duero, y que esos barrancos de nuestros ríos hicieron de forma natural de fosos inexpugnables en aquella villa medieval amurallada. Pues sí, esa es la situación física. La zona inundable del río a su paso por nuestra ciudad se reduce a huertas, ya casi inexistentes, y al puente de Valladolid, ese puente medieval mudéjar que, aunque tiene numerosos ojos aliviaderos, en momentos de grandes avenidas llega el agua a tapar esos ojos apuntados de ladrillo, a veces facilitado por el arrastre de ramas y árboles.
Poco antes de cierre de la presa de Las Cogotas, por los años 90 del pasado siglo, en una avenida se produjo ésta situación que se publicó en estas mismas páginas. Ahora que el puente está arreglado desde hace no hace mucho, la situación se repite, porque la presa no puede con más agua y tiene que desahogar mucho caudal… y así un día y otro.
Siempre que escribo algo de nuestro río, tengo que detenerme en nuestro recordado poeta Nicasio Hernández Luquero que en su obra poética escribió en varias ocasiones sobre nuestro río al que él denominaba "Adaja, el río amado", un poema escrito y publicado en este Diario el año 1950 y dedicado a su amigo Julio Escobar, del que reproduzco un fragmento hermoso y significativo:
Linfa humilde de mi río
el que nace en Villatoro,
y copia en su lecho frío
el reflejo, verde y oro
de los álamos del río.
El que en el Valle de Amblés
se ensancha, como un consuelo,
bajo un verde de ciprés
que es el impreciso cielo
que cierra el Valle de Amblés.
Río que murallas besa
y reza místicas preces
con la lengua de Teresa,
que en él se miró mil veces
cabe los muros que besa…
Es el fragmento más abulense, a la llanada mesetaria de Arévalo le seguirán otros versos de este mismo poema… todo él bellísimo…
¡Y hoy enfadado!