Adolfo Yáñez

Aquí y ahora

Adolfo Yáñez


Doce años sin Caja de Ávila

13/06/2024

Se cumplen doce años de la desaparición legal de las cajas de ahorros, entre ellas nuestra Caja de Ávila. Se trató de un sector que, desde el siglo XIX, operó en España con inmensa eficacia, pues llegó a representar más del cincuenta por ciento del sistema financiero nacional. Y quizá ese éxito fue el mayor pecado que las cajas cometieron, pues hizo que se abalanzaran sobre ellas poderes fácticos que ansiaron utilizar en beneficio propio lo que tan solventes entidades, por imperativo fundacional, habían entregado hasta entonces a la sociedad entera. Su proximidad a la ciudadanía, su carácter benéfico, su carencia de accionistas, su compromiso con el territorio en el que nacieron, etc., las convirtieron durante más de un siglo en un fantástico factor de dinamización colectiva. Lástima que la avaricia de alguno, la torpeza de muchos y la pasividad del país propiciaran su destrucción para siempre.
Habían superado épocas de bonanza y penuria, de guerras y paz, momentos grises de recesión y de brillante desarrollo. Lo consiguieron sortear todo menos el puñado de circunstancias que alguien diseñó, o al menos aprovechó con astucia sibilina, para iniciar un proceso que llevó a desnaturalizarlas, bancarizarlas y demolerlas: la llamada burbuja del ladrillo, la moda de otorgar mayor importancia a la dimensión que a la eficacia, la necia palabrería que enfatizó por doquier el "músculo financiero" y no el rigor empresarial... En el desastre jugaron también un importante papel entes oficiales que debieron ejercer de supervisores de las entidades de crédito y que no supervisaron adecuadamente corruptelas ni incumplimientos de la normativa en vigor. Añádase a esto el que los órganos rectores de las cajas habían caído de un modo bastante generalizado en manos de clanes partidistas, desconocedores de que las instituciones financieras no se deben gobernar con criterios de raquitismo político. Aunque no todos, fueron demasiados los que demostraron poseer larga ambición y mirada corta, mucha vanidad e inteligencia escasa, pues eran gentes acostumbradas a la estéril endogamia y habilidosas principalmente a la hora de repartirse entre ellas alcaldías, parlamentos, senados, diputaciones o consejos de administración que les prodigaran brillo y dinero. Ignoraron a veces que la misión primera de las cajas era acercar productos y servicios a las familias, a la agricultura, al comercio, a la industria, etc., y luego hacer repercutir las ganancias que obtuviesen en favor de niños, jóvenes y ancianos, e incrementar la cultura, sostener patrimonios artísticos, ayudar a organizaciones sociales o socorrer a la ciudadanía vulnerable.
La hecatombe fue gigantesca. También aquí. Sagaces poderes nacionales, apoyados en gentes de cada lugar, lograron al fin lo que deseaban. Entre nosotros hubo quien, por extraños vericuetos de su mente, llegó a la triste conclusión de que había que borrar incluso el nombre de Caja de Ávila en la fundación que recogió las migajas que nos quedan de aquella querida entidad. Triste, sí, pero me niego a calificar a nadie, pues nadie es noble o innoble, vil o genial porque los demás lo digamos. Son los hechos de cada cual los que a cada cual se encargan de darle el calificativo que merece.