Paseábase Domingo,
al alba, un lunes cualquiera,
por Ávila, la muy noble
ciudad de santa Teresa,
cuando de pronto topose
con el alcaide Cabrera,
que a su despacho del Chico
muy veloz se dirigiera
corriendo a toda pastilla,
más agil que una gacela,
como alma que lleva el diablo,
casi con la lengua fuera.
Díjele yo: —¿Dónde va
tan lanzado, a toda mecha?
Por favor, señor alcaide,
ruégole que se detenga,
que quiero yo preguntalle
varias dudas que me acechan.
Detúvose el buen alcaide
ya de "su Chico" muy cerca
y, haciendo mil aspavientos,
díjome de esta manera:
—Voy corriendo a toda leche,
que tengo pleno a la media,
y si llego un poco tarde
la oposición se me altera,
y coge un gordo berrinche
y enfados, y pataletas…
Entonces yo preguntele
muy rápido, y con la venia:
—¿Porqué, mi alcaide querido,
—alcaide mío, no se ofenda—,
Avila está levantada,
llena de zanjas horrendas?
¿Porqué tiene a la ciudad
toda llena de trincheras?
¿Es que el Putín, desde Rusia,
le ha declarado la guerra?
¿O es que es un levantamiento
como el que don Franco hiciera,
y está, más que levantada,
soliviantada e inquieta?
Contestome el buen alcaide
con una cara muy seria:
—Es por la red de calor,
que Ávila es ciudad muy fresca,
y quiero que estén calientes
abulenses y abulensas.
No te preocupes, Domingo,
verás qué bien te calientas.
Además, otras razones
añado yo a la primera:
La red de abastecimiento
estaba jodida y vieja
y la red de saneamiento,
por donde fluye la mierda,
estaba muy atascada
y había que ponerla nueva.
Estas, pues, son las razones
de cavar tantas trincheras.
—¿Y otra vez, señor Alcaide,
los impuestos nos eleva?
—Yo no tengo otro remedio,
no están los tiempos pa juergas;
es que… ¡en las arcas del Chico
no nos queda ni una perra!
—Se le van a poner de uñas
"el Pepe" y toda la izquierda.
—No me preocupa, Domingo,
ya escampará cuando llueva.
—Pues cuídese, don Alcaide,
que se avecina tormenta.
Pero podían darse prisa,
que las obras van muy lentas.
¿Cuando acabarán las obras?
—¡Ay, ay! ¡Si yo lo supiera!
Mira que métoles caña,
mas ellos ni me contestan,
dicen que van a su bola
y que prisa no les meta.
Espero que acaben pronto,
¡antes de la primavera!
—¿Primavera? ¿De qué año?
¿Acaso en el dos mil treinta?
Mas permítame, señor,
otra pregunta indiscreta:
¿De verdad, con los de VOX
cree que harán buena pareja?
—A esos tales VOXeadores
es lógico que los quiera,
porque me hacen la pelota,
mis presupuestos aprueban…
Quedeme yo satisfecho
con tan sesudas respuestas.
Despedime del alcaide
dándole la enhorabuena
por su gestión eficaz,
llena de maledicencias
y críticas muy agudas
por sus buenas ocurrencias…
Y así acabose el diálogo
que, al alba, un lunes tuviera
Domingo, con el alcaide
de Ávila, San Chezcabrera.