Ávila y la cristiandad entera se disponen a conmemorar la llegada a este mundo de aquel galileo que, con su humilde nacimiento, sus mensajes y su truculenta muerte, acabaría convulsionando a la humanidad. ¿Pero esa convulsión se mantiene hoy fiel a lo que, según los propios cristianos, significó verdaderamente el natalicio, la vida y la crucifixión de aquel egregio personaje? Responder de forma afirmativa o negativa a esta pregunta sería por mi parte una osadía en la que no incurriré, pues son ahora más de dos mil trescientos millones los seguidores de Cristo y estoy seguro de que, entre ellos, hay de todo. Esta Nochebuena, por ejemplo, habrá quienes se dediquen a sentirse transidos por el misterio de un dios que se hace hombre, habrá quienes se entreguen a entrañables reuniones familiares y los habrá volcados en otras ocupaciones menos edificantes.
En el entorno cristiano en el que nos movemos, resulta evidente, sin embargo, que abundan los comportamientos que recuerdan poco a un genuino afán religioso. Da la impresión de que, para muchos, lo espiritual ha degenerado en futilidades, porque ¿tienen algo que ver con el misterio de la encarnación divina los excesos en comidas, los gastos superfluos, los villancicos simplones de peces en el río y burritos sabaneros? ¿Qué relación guarda el hecho inefable de un dios que llega para morir por la humanidad con la infantiloide competición por poseer la ciudad con más millones de luces o el árbol navideño más alto o las calles más atiborradas de comercios derrochando neón, purpurina y falsas escarchas en sus escaparates? La adhesión a una religión con la que se intenta resolver enigmas irresolubles, ¿no es otra cosa bastante más seria que eso?
En mi opinión, la adulteración que se hace de la Navidad se repite con la Semana Santa cuando algunos la identifican con vacaciones en la playa y, otros, con procesional teatro callejero, espectáculo de aplauso y saeta, fetichismo de imágenes, estruendo de trompetas, estremecimientos de multitud y ensayada pose de pasajera solemnidad… Repito, la fe ¿no es algo diferente, algo que, en vez de entrarnos desde fuera hacia dentro por los ojos y por alborotos colectivos, debería manarnos desde dentro, desde los manantiales del alma y desde la esperanzada e íntima sensación de, con ella, haber dado con el sentido último de nuestra vida?
Esta inminente Nochebuena existirán monjas que por Cristo cuidarán a quienes nadie atiende. Existirán gentes maravillosas que, por él, socorrerán a desvalidos y personas a las que les baste recrearse en el alumbramiento de un dios en el que creen y al que adoran. Y abundarán los que, por hallarnos en un país muy cristiano, harán que calles y carreteras sean más peligrosas que de ordinario, pues conducirán sus coches sobrados de droga y alcohol. El anciano Simeón ya predijo, en el Templo de Jerusalén, que Cristo llegaba a la tierra para ser signo de contradicción entre los hombres.