Concentración festiva en el Mercado Grande.
22. ADEREZO, ENGALANAMIENTO, COLGADURAS Y ARCOS TRIUNFALES. El engalanamiento de calles y plazas tradicionalmente ha formado parte del ceremonial festivo que organizaba la ciudad con motivo de las visitas regias y fechas conmemorativas, y como muestra del fervor religioso, todo con un afán de autoafirmación y poderío político de las autoridades concejiles y eclesiásticas.
Uno de los elementos ornamentales más característicos de dichos festejos fue la instalación de "Arcos de Triunfo", y buen ejemplo de ello fueron los instalados con motivo del recibimiento de la ciudad al emperador don Carlos en 1534, que comenzaban en las Hervencias a la calle de estrada y la entrada de la ciudad, para lo que se trajeron diez carretadas de ramos desde el Herradón. Igualmente, se adereçaron las calles de ricas colgadura, y arcos triunfales en la calle de San Segundo y delante de la catedral para recibir al Príncipe don Felipe Segundo que llegando al Mercado Grande entró por su puerta de la ciudad.
Así mismo, cabe reseñar el "Arco" proyectado por el municipio junto al cimorro de la catedral en 1557 en honor de la Santísima Virgen, siendo también destacables y llamativos los altares, tapices, colgaduras, pinturas y otros elementos ornamentales instalados en las calles de la ciudad con motivo de las fiestas de la Traslación de San Segundo en 1594
Igualmente, en 1865, con motivo de la visita de la reina Isabel II, se levantaron arcos triunfales en San Roque, el Recreo, San Vicente y Santa Ana, este último queriendo imitar a la antigua Puerta de Alcalá de Madrid. En 1875, "los balcones lucían bonitas colgaduras, y por toda la carretera se veían con profusión mástiles con gallardetes, banderines, escudos de las armas reales y arcos de triunfo" instalados para recibir al rey Alfonso XII. Así mismo, para celebrar el centenario de la muerte de Santa Teresa en 1882, se levantaron dos arcos de triunfo, uno por el Casino "Hijos del Trabajo" y otro de estilo gótico por la Junta organizadora del centenario en la plazuela de la Santa.
En octubre de 1893, cuando la ciudad festeja a su patrona Santa Teresa, se levantaron en la ciudad dos arcos de triunfo proyectados por el arquitecto municipal Angel Barbero en la calle de San Segundo y en la plaza de la Santa. La plaza del Mercado Grande no podía permanecer ajena a las fastuosidades de los acontecimientos que se celebraban en Ávila por aquellas fechas, y buena prueba de ello es el arco de triunfo neogótico que se construyó en la parte que mira por un lado a la calle San Segundo y los primeros soportales del Mercado Grande, y que por el otro lado mira a la Magdalena, el paseo del Rastro y el Valle Amblés. La excelente ejecución del arco triunfal le valió al arquitecto la felicitación expresa del Ayuntamiento. Y qué paradoja resultaba el llamativo el interés que despertaba esta arquitectura efímera y triunfante levantada por la fe del pueblo, como dijo el cronista, en contraste y frente a la belleza "natural" de los arcos del Alcázar y de San Vicente.
23. ESPACIO DE EXPRESIÓN Y CONCIENCIA PÚBLICA. La plaza del Mercado Grande, haciendo honor a su privilegiada situación como antesala de la ciudad amurallada, y al mismo tiempo de la nueva ciudad que surgía extramuros, ha sido uno de los espacios físicos más adecuados para el desarrollo de las manifestaciones públicas. Así pues, este es el lugar donde las gentes celebran sus fiestas y entretenimientos, expresan sus motivaciones políticas y religiosas, cultivan sus aspiraciones artísticas y musicales, juegan y se divierten, luchan por sus ideales y reivindicaciones, lloran sus penas y tragedias, engalanan a sus amores, venden y compran una gran variedad de productos, se alegran y hacen plegarias, beben y bailan, llevan a cabo aclamaciones y humillaciones, se dan cita mercaderes y feriantes, se reúnen peregrinos y viajeros, hacen paradas militares y somatenes, realizan pasacalles y procesiones, representan comedias y películas, rezan contra las epidemias y calamidades, muestran su cultura, montan tenderetes de libros y artesanías, organizan festivales, recrean a los niños, pasean la noche y la resaca, iluminan el cielo con fuegos de artificio, honran a santos y patrones, lucen bodas y comuniones, acogen entierros y nacimientos, y corrieron los toros, entre otras muchas actividades lúdicas o deportivas, e incluso pesarosas.
En otro lugar hablamos de ferias y mercados, toros, comedias, ajusticiamientos, exequias, proclamaciones, y recibimientos, por lo que ahora nos detenemos en algunas manifestaciones religiosas y festivas, y otros espectáculos, y lo hacemos a modo indicativo, sin pretender ser exhaustivos ni abarcar con ello la extensa riqueza y variedad de acontecimientos realizados en la plaza.
24. FUNCIONES, PROCESIONES Y ROGATIVAS. En el siglo XVI las fiestas regulares eran Carnaval, Corpus, San Juan, San Pedro, La Asunción, San Miguel y Navidad; y de carácter local, San Segundo, Santiago y San Vicente, en las cuales se programaban además de los actos religiosos corridas de toros, danzas y autos, entre otros.
El Catastro de Ensenada de 1751, destaca entre las fiestas en las que participa el Ayuntamiento las funciones del patrono San Segundo, rogativas a San Marcos, octava de Corpus, desagravio de Christo, Santiago Apóstol, fiestas grandes de las ocho parroquias, Nuestra Señora de Sonsoles, y función de la ciudad a su patrona Santa Teresa.
Anteriormente, en el siglo XVI las fiestas regulares eran Carnaval, Corpus, San Juan, San Pedro, La Asunción, San Miguel y Navidad; y de carácter local, San Segundo, Santiago y San Vicente
Entre los actos festivos cobraba especial importancia la procesión del santo, con cuyo motivo se convertía la ciudad en una mezcla de extraordinaria vistosidad de calles y plazas engalanadas, música, tarascas, danzas, campanas, fuegos, símbolos religiosos y piadosidad. Efectivamente "acabadas las vísperas del domingo 23 de abril de 1595, fueron el Obispo, Deán y cabildo de Ávila con una muy solemne procesión, desde la iglesia mayor con la hermandades, y clerecía de Ávila, y Cabildo de su santa iglesia, con sus pendones, y cruces, cantores, y música, y de esta manera fueron por la puerta principal a dar por la calle de don Gerónimo a la plaza del Mercado Grande, y calle de nuevo nombre de San Segundo: estando todas estas calles muy bien aderezadas, acompañando la Ciudad, Corregidor, y Alcalde mayor, y caballeros, regidores, y otros ministros de ella, con algunos caballeros, y otra mucha gente de la ciudad, hasta que llegaron al sitio donde la capilla del bienaventurado San Segundo se le dedica".
Especial realce cobran las procesiones del Corpus y de Santa Teresa escribió Santayana, en las que la plaza del Mercado Grande ve pasar a las gentes piadosas mostrando un especial fervor religioso, igual que en los barrios se realizaban "procesiones pueblerinas, tan simpáticas, tan saturadas del gracejo popular, que compuestas de una Virgencita llena de flores, un sacerdotes, varios mozos de la parroquia y una fila de chiquillos portadores de los regalos que la Virgen recibió, recorren sin cesar las calles, casi desde que amanece hasta que el Sol se oculta", escribió Veredas, quien también añade: "¡Fiestas de la Santa!.. sermones, gigantones, tarasca, gaitilla, columpios, tómbolas, caballitos, procesiones, peregrinos, toros, repique de campanas, cohetes, fuegos de artificio…, sois como el alma de Teresa, religión y alegría".
Efectivamente, los actos festivos en honor de Santa Teresa de Jesús solían consistir en actuaciones de la banda de música, conciertos, cucañas, representaciones teatrales, proyecciones cinematográficas, toros, fuegos artificiales, bailes regionales, concursos de corta de troncos, música de dulzaina y tamboril, competiciones deportivas y verbenas populares, sin olvidar los concurridos oficios religiosos que tienen lugar todos los días. En estas fechas, el Mercado Grande y el centro de la ciudad se transforma en sala de espectáculos en las que se agolpa las numerosas gentes que acuden a las celebraciones y a disfrutar en las atracciones montadas para la ocasión.
No hay que olvidar, finalmente, que el Mercado Grande está presidido por la iglesia románica de San Pedro, lo que significa que en ella tienen lugar numerosas ceremonias religiosas en las que participa el vecindario, el cual contagia la plaza de su piadosidad.
25. EL CINEMATÓGRAFO NATURAL. Entrados en el siglo XX la plaza del Mercado Grande se convierte en el lugar donde se proyectan las primeras películas del primitivo cinematógrafo inventado en 1896. Estas representaciones se hacían en barracas y barracones de feria, y en instalaciones ambulantes y provisionales. Ya en 1898 la prensa local se hizo eco del espectáculo cinematográfico "bien presentado" y con "buena colección de vistas" que se celebró en junio, coincidiendo con la feria de ganado de San Julián, en el Mercado Grande, en el mismo lugar donde también se había instalado un fonógrafo que ofrecía audiciones de "cuentos picantes" y un repertorio de "cante jondo" por cinco céntimos.
Entonces el cine todavía era un espectáculo de feria, y por ello era una atracción que solía tener lugar con tal motivo, y aún tardaría en apreciarse como un verdadero arte que superara la realidad de las cosas, los paisajes y los monumentos, de ahí el siguiente comentario sobre las proyecciones en las fiestas de 1913: "El cinematógrafo natural es mucho más interesante que el artificial, no cabe duda… La cinta más bonita en conjunto que en Ávila podemos observar al natural, es la que nos ofrece el paseo de la Plaza del Alcázar en plena fiesta y noche espléndida", publicó El Diario de Ávila de 28 de junio de 1913.
La plaza y sus alrededores no tardó en convertirse en un hervidero de proyecciones cinematográficas, pues en enseguida se instalaron el Cinematógrafo Mr. Brisac (1904) en el Mercado Grande, el Cinematógrafo Lumière (1905) también en la plaza del Alcázar, el Palacio Luminoso en la calle San Segundo (1906), el Cinematógrafo Pinacho (1906) en la plaza del Alcázar, la sala del Café de la Amistad de "Pepillo" (1906) también en el Mercado Grande, el Coliseo Abulense (1906) en la calle Estrada, dos cines más en "Pepillo" (1922), y el Cine Lagasca (1956) en la calle Comandante Albarrán, como bien ha documentado Emilio C. García.
Por su espíritu emprendedor merece destacar aquí D. José Álvarez Portal "Pepillo", pues a él se debe la magia del cine que se respiraba en el Mercado Grande desde el "Café de la Amistad" y el "Coliseo Abulense", al hacer de sus salas los centros cinematográficos por excelencia durante los años del cine mudo, donde además se celebraban también espectáculos musicales, teatrales y de variedades. De todo ello se contagiaba la plaza del Alcázar, donde todavía continuaron proyectándose películas en barracas durante las ferias, contagio que se producía igual que antiguamente ocurría con las comedias de la Magdalena o los toros del coso de San Pedro.
26. PAN BARATO Y TRABAJO PARA LOS OBREROS DE ÁVILA. El Mercado Grande también fue el escenario donde los más desfavorecidos se manifiestan a favor de sus justas reivindicaciones. Buen ejemplo de ello fue la manifestación de novecientos jornaleros el 9 de mayo de 1890 bajo el lema "Paz y trabajo", que partiendo del Jardín del Recreo se dirigieron al Gobierno Civil y el Ayuntamiento para reclamar y plantear sus derechos y necesidades.
Como la problemática laboral subsistía, una nueva manifestación se celebró el 2 de marzo de 1898 con el lema "Pan barato y trabajo para los obreros de Ávila". La manifestación salió de la plaza de Santa Ana y discurrió hasta el Gobierno Civil y el Ayuntamiento, recorriendo calles y plazas y pasando por el Grande. Triste imagen del Mercado Grande la de estos tiempos de miseria y pobreza. El viernes siguiente, día 4 de marzo de 1898, era día de mercado, y se temían nuevos disturbios, los cuales fueron evitados por la Guardia Civil, a cuyos efectivos se sumaron cien números más llegados de Madrid.
Para paliar la situación, el Ayuntamiento empleó a trescientos obreros y se distribuyeron alimentos, y también se abrió una lista de suscripción entre los mayores contribuyentes "para aliviar a la clase obrera", lista en la que figuraba también el arquitecto Repullés, autor de las posteriores reformas de la Puerta del Alcázar y la torre del Homenaje que presidían el Mercado Grande.
A estas manifestaciones laborales siguieron otras muchas, especialmente cada primero de mayo, donde se reclamaban mejoras sociales y de trabajo, por una parte, importante de los abulenses, quienes ajenos por su estado de necesidad a los espectáculos festivos y religiosos del Mercado Grande, también reivindicaban en la plaza sus derechos.
En el Mercado Grande se dieron vivas a la República de 1931, y después se ondean banderas y se cambia el nombre de la plaza, y Ávila del Rey se hace republicana, lo que no impide a los obreros manifestarse en el Mercado Grande cantando la "Internacional". Mientras tanto, el paro en Ávila se soluciona así: "Unos parados abulenses van por la noche al Mercado Grande, levantan todos los adoquines del suelo, y al día siguiente el Ayuntamiento les contrata para volverlos a colocar en su sitio.
El alzamiento de 1936 también trajo vivas nacionales, y como en la República se quemaron banderas en el Mercado Grande, hubo cambio de nombre de la plaza que recuperó el de Santa Teresa, y manifestaciones que vitoreaban la toma de nuevas ciudades para la causa antirrepublicana.
Especialmente virulenta fue la manifestación del 31 de agosto de 1936 en repulsa por el bombardeo sufrido por la ciudad, ese día "en el Mercado Grande se formó una manifestación en al que tomaron parte más de ocho mil personas". La comitiva, entre vivas a España y al ejercito desfiló hasta la Comandancia militar, haciendo ver al comandante "la indignación que había producido en Ávila el bombardeo de esta mañana y le reiteró una vez más la adhesión al Ejército y a la causa del Movimiento Nacional".
Misa de campaña y jura de bandera de los nuevos alumnos de la Academía de Intendencia. Foto Luis Saus, 1916. Colec. Joaquín Hernández
27. EL NIÑO DE LA GUARDIA Y AUTO DE FE CONTRA LOS JUDÍOS. El relato de tan desgraciado acontecimiento es una constante en los estudios históricos de la ciudad. Todos los historiadores locales y cronistas de Ávila que reseñan el suceso, sitúan el mismo en la plaza del Mercado Grande y el atrio de San Pedro, un lugar que les resulta enormemente familiar. La plaza se convierte entonces en un espacio arquitectónico que constituye uno de los elementos materiales definitorios del primer Auto de Fe que el Tribunal de la Inquisición celebró en la ciudad. Con ello, Ávila fue el marco de un proceso, conocido como el del Niño de La Guardia, con el que nada tenían que ver sus habitantes, entre los que también había de procedencia judía. Efectivamente, no existía en la ciudad el fanatismo visceral antisemita que pareció deducirse del proceso que Fray Tomás de Torquemada había promovido en Ávila contra el judaísmo.
La plaza del Mercado Grande amaneció aquel fatídico día del 16 de noviembre de 1491 engalanada con un gran tablado instalado en frente a la iglesia de San Pedro. Una enorme multitud llenaba la plaza dispuesta para el disfrute de un extraordinario y sangriento espectáculo que llevaba días preparándose. Ese día, el Tribunal de la Inquisición se constituyó en el Mercado Grande de Ávila para celebrar el juicio histórico contra los judíos. Los cargos habían sido formulados un año antes contra Jucé Franco, judío vecino de Tembleque, y contra los conversos Alonso Franco, Lope Franco, García Franco, Juan Franco, Juan de Ocaña y Benito García de las Mesuras, vecinos de La Guardia (Toledo), y mosén Abenammias, judío de Zamora.
Se les acusaba de herejía, apostasía y proselitismo judaico, y principalmente del crimen y muerte de un niño cristiano de tres o cuatro años al que martirizaron. El móvil atribuido a los supuestos criminales era que éstos querían dar muerte a los cristianos y los inquisidores mediante un extraño ritual y hechizo. Según el Tribunal, para llevar a cabo tan bárbara empresa, los acusados raptaron y crucificaron a un niño y le arrancaron el corazón, el cual debían quemar junto con una hostia del santísimo sacramento, y con las cenizas envenenar el agua del que bebían los cristianos, lo que les causaría la muerte. La sentencia dictada en el proceso condenó a los acusados a morir quemados en la hoguera, lo que se produjo en el lugar conocido como "el brasero de la dehesa", sito en el Valle Amblés cerca del puente de Sancti Spiritus.
El Auto de Fe fue un triste espectáculo para los judíos abulenses que pronto se vieron acorralados, maltratados, insultados, e incluso apedreados por sus vecinos, tanto que tuvieron que pedir protección a la corona. Y no había pasado un mes desde la celebración del Auto de Fe, cuando el 9 de diciembre de 1491, paradójicamente también en el Mercado Grande, pudo escucharse al pregonero municipal leer una carta de seguridad, mediante la cual los Reyes Católicos ponían bajo su protección a los judíos de Ávila:
Tomamos e reçebimos a la dicha aljama e judíos de la dicha íbdad de Áuila e a sus mugeres e fijos e criados e a todos sus bienes so nuestra guarda e amparo e defendimiento real… para que los non maten nin fieran nin lisien nin enbarguen nin tomen nin ocupen cosa alguna de los suyo.
Poco duraron las garantías de protección real dadas a la comunidad judía de Ávila, porque el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos promulgaron el Edicto de Expulsión de los judíos de España, justificado en gran medida por el montaje espectacular realizado entorno al Auto de Fe del Mercado Grande de Ávila, con el que se consiguió magnificar una oscura causa identificadora de los males de España. La trascendencia y publicidad desproporcionada del siniestro acontecimiento del Niño de La Guardia, perfectamente expuesto por José Belmonte en su libro sobre la Inquisición en Ávila, fue enorme y sirvió de catalizador contra el pueblo judío, por lo que el Edicto de Expulsión quedaba anunciado desde entonces. En consecuencia, unas 270 familias de judíos tuvieron que abandonar Ávila con destino a Portugal acompañados de los desgraciados recuerdos del Auto de Fe del Mercado Grande, y con ellos se iba una parte importante de la identidad histórica y cultural de la ciudad en la que nacieron y vivieron, y donde también estaban sus raíces familiares. Con su marcha, la ciudad sufrió una considerable regresión económica, comercial y mercantil de la que tardaría mucho tiempo en recuperarse.
28. ESCENOGRAFÍA DEL PROCESO INQUISITORIAL. La escenografía del Auto de Fe quedó plasmada en una visión imaginaria que realizó el pintor Pedro Berruguete por encargo del inquisidor Torquemada. Tal es la expresividad de la pintura que todo apunta a que aquel sangriento juicio celebrado en el Mercado Grande fue el motivo de inspiración de Berruguete, pudiendo aventurar incluso con Adelina Labrador que el pintor presenció el macabro proceso público donde se juzgó y condenó a los supuestos autores del crimen del Niño de La Guardia. Esta pintura permaneció siempre en el Monasterio de Santo Tomás, hasta que fue comprada por el Estado en 1867, conservándose actualmente en el Museo del Prado, en cuyo catálogo se describe: "Auto de Fe presidido por Santo Domingo de Guzmán. Tabla 1,54 x 0,92. Desde una tribuna con dosel dorado, preside el santo, entre seis jueces, uno de ellos dominico, otra porta el estandarte de la Inquisición, con la cruz florenzada; acompáñanles hasta doce inquisidores. A la izquierda, en otra tribuna, los condenados; otro con sambenito y coraza es exhortado por un fraile. A la derecha, dos reos desnudos en el quemadero; dos al pie con sambenito y coraza y letreros condenado erético: soldados y otras personas".
Igual que Berrugete reflejó con extraordinaria precisión el Auto de Fe de Ávila, también lo hizo con igual dramatismo el pintor Francisco Rizi sobre el Auto de Fe celebrado en la Plaza e Madrid en 1680, en el que fueron condenados a la hoguera veintiuno de los ochenta reos juzgados. Parecía entonces, como si las plazas se hubieran convertido en escenarios macabros, pues así ocurrió también en los Autos de Fe celebrados en Valladolid en 1559 y en Toledo en 1605, por ejemplo.
La resolución del terrible caso del Niño de La Guardia que se juzgó en Ávila fue asumida como doctrina política y religiosa de las ideas antisemitas imperantes durante siglos. Tanto fue así, que un siglo después Lope de Vega, quien firmaba sus obras haciendo constar que era familiar del Santo Oficio, compuso entre 1604 y 1917 una comedia sobre dicha tragedia. En ella, el autor, identificado con la causa inquisitorial, reproduce en escena el horror de la crucifixión y martirio del niño, lo que provocaba una profunda angustia entre el público, predisponiéndole a justificar la quema de los culpables. Qué distinta era esta obra de aquella Comedia de San Segundo que escribió Lope de Vega en 1594 para el santo de Ávila, la cual fue representada en el patio de comedias de la Magdalena de ese mismo año. Se desconoce si la obra teatral sobre el Niño de la Guardia fue representada en Ávila, lo que, no obstante, bien pudo haber tenido lugar durante los días 27 y 28 de 1615, cuando se celebró la traslación definitiva de los restos de San Segundo con la asistencia del propio Lope de Vega.