El asesinato de dos guardias civiles en el puerto de Barbate, a manos de narcotraficantes, ha desvelado la escandalosa precariedad de los medios con que las fuerzas de seguridad cuentan en su lucha contra esa industria, la del acarreo de droga en el Estrecho, que, ella sí, cuenta con medios sobrados no sólo para burlar a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, sino para constituirse, en la práctica, en un estado salvaje, independiente e inmensamente corruptor dentro del Estado. Pero esa situación que se ha desvelado ahora a la opinión pública llevaba mucho tiempo desvelada para los agentes, humildes trabajadores al servicio de la sociedad, que han venido padeciéndola.
No fue el ministro Grande-Marlaska, ciertamente, el que conducía la potente narcolancha que embistió a la frágil zodiac, matando a dos de sus tripulantes e hiriendo gravemente a un tercero, pero sí es el político responsable de la situación en que un suceso así puede producirse. A su obligación, como ministro del Interior, de dotar a las fuerzas adscritas a su departamento de lo necesario para el desempeño eficaz y seguro de su importantísima misión, se suma la obligación de controlar las cadenas de mando de esas fuerzas. Ambas obligaciones parecen haber sido desatendidas por el ministro, pues ni la Guardia Civil contaba con lo mínimo para enfrentarse al narco en su principal zona de operaciones, con todas sus patrulleras averiadas, ni quien ordenó la descabellada salida de seis criaturas en un bote semirígido para enfrentarse a las narcolanchas estaba capacitado para ordenar eso ni nada.
Han pasado varios días desde el asesinato de los guardias, jaleado desde la orilla, por cierto, por gentuza afecta al narco, y las patrulleras siguen varadas, y Marlaska sigue ahí, impertérrito, suponiendo, tal vez, que esa tragedia perfectamente evitable se enmarca en los riesgos del oficio, pero el mayor y el peor riesgo del oficio de un guardia es el de depender de gente incapaz. A éstas horas, el Gobierno debiera ya haber enviado de urgencia a la zona cuanto no supo enviar para evitar no sólo la tragedia que se ha cobrado la vida de dos hombres, sino la victoria constante, diríase que asumida o normalizada, de las mafias y los cárteles del sur.