Se nota que el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, ya no es el 'llanero solitario' que cabalgaba en España bajo el brazo de Vox para gobernar una comunidad autónoma. Desde los últimos comicios municipales y autonómicos de mayo, el escenario ha cambiado sustancialmente y ahora son Aragón, Comunidad Valenciana, Murcia y Extremadura las que también siguen los pasos de este territorio que abrió los pactos de gobernabilidad entre el PP y la formación de Abascal. Y se nota hasta en el debate sobre el Estado de la Comunidad que acoge estos días el hemiciclo de las Cortes, en el que la política nacional, como era de imaginar, se ha colado tras la investidura fallida de Núñez Feijóo y el reciente encargo de rey Felipe VI a Pedro Sánchez para tratar de conformar gobierno.

No nos vamos a engañar. Este tipo de debates tiene más de cosecha en clave de consumo interno que de revulsivo social y progreso económico para el conjunto de la ciudadanía. Las cuestiones expuestas en sede parlamentaria sobre despoblación, deuda, desempleo, medio rural, entre otras, tienen peso por sí mismas, pero el juego parlamentario y la dialéctica política enmarañan demasiadas veces las respuestas a los problemas reales de una Comunidad que arrastra desde hace tiempo males profundos de la importancia la despoblación, el paro juvenil o el equilibrio territorial entre las nueve provincias. Bienvenidas sean las propuestas y pactos que conformen una hoja de ruta creíble y realizable, pero también son tantas veces las que hemos visto que esos buenos propósitos caen en saco roto que sería casi interminable citarlos de un golpe.

Por ello, quizá lo mejor que nos puedan regalar sus señorías sea, siquiera por una vez, el honor de cumplir con la palabra dada, sin menospreciar la confianza que un día recibieron en las urnas. Quizá el debate real que nos falte sea precisamente el de la medición de la verdad ante tantas promesas que, ojalá me equivoque, acabarán también durmiendo el sueño de los justos. Pero esto es otro cantar.