Tanto hablar de ella, tanto buscarla, tanto ponerla como argumento válido para una reivindicación o una denuncia y también para exactamente la contraria –que esencialmente en eso consiste ahora la política patria y también la que no–, tanto hacerla protagonista de muchas horas de discurso inútil, bronco y manipulador, y resulta que la máquina del fango está aquí, en Ávila, desde hace muchos años.
Ni en la Moncloa, ni en Génova, ni en Ferraz, ni en cá Vox o en cá Podemos-Sumar-Lo que sea, ni en la de Juntos p'al chantaje. No, la máquina del fango lleva muchos años asentada en Ávila y claro que nos habíamos enterado de su funcionamiento, lo que pasa es que llevamos tanto tiempo mirando y oliendo para otro lado para no sufrirla que se nos había querido olvidar.
Ahí está la máquina del fango, a la vista y al olfato de todos, multiplicada por tres, por cinco o por siete, envenenando el río Adaja y todo lo que tiene cerca, sobre todo aguas abajo, en forma de bocas de desagüe y/o de alcantarilla que vierten con alegría e impunidad su pútrido contenido al pobre cauce que inspiró la primera (o una de las primeras) poesía conocida en castellano.
Pero, en un afán de chulería y ganas de acaparar que siempre nos ha faltado y nos sigue faltando para lo bueno, resulta que no solamente tenemos la máquina del fango, multiplicada en algo más de media decena de bocas fétidas, sino que para envidia de las demás ciudades de España y del mundo tenemos incluso la balsa del fango, modesta en el día a día pero envalentonada cuando caen más de cuatro gotas.
Lo sabemos pero humildemente nos lo callamos, no alardeamos de ello, porque es la forma más cobarde y triste, desde hace décadas, de mantener condenado el río Adaja y su embalsillo de Fuentes Claras a ser la sede social oficiosa de la máquina del fango que desde hace unas semanas ha asaltado los cielos de la política con afán de ensuciar, no de solucionar, un poco más esta lamentable realidad que nos rodea.
A José Luis y Vicente. A Vicente y José Luis