En medio del escándalo de Belorado, donde un sujeto sectario con ornamentos episcopales y un ex barman coctelero se han puesto al frente de una comunidad de clarisas, han saltado muchas alarmas por el peligro que pueden suponer este tipo de movimientos y comeduras de tarro.
De unos años a esta parte, somos testigos de una realidad que está llevando al cierre o traslado de comunidades religiosas, algo que también ha afectado de lleno a nuestra diócesis, como hemos visto con las siervas de María, las agustinas de Gracia o las carmelitas de Piedrahíta, con lío patrimonial de por medio.
Hay que ser conscientes de que esta tónica se irá repitiendo, con el consiguiente riesgo de ver qué ocurre con el patrimonio y los inmuebles de los monasterios o el negocio que puedan haber iniciado con la producción de dulces u otros productos.
Antes de llegar a esos extremos y contribuyendo a la viabilidad de los monasterios, hoy quiero poner un ejemplo de lo que se está haciendo en Toledo, con la Asociación de Amigos de los Conventos, con la promoción de la vida contemplativa como principal línea de acción y la tutela de la Archidiócesis, con una iniciativa surgida de un grupo de laicos, ampliada a ciudadanos que, siendo o no creyentes, quieren echar una mano. Teniendo en cuenta que los conventos, aunque con reglas seculares, son realidades insertas en la sociedad del siglo XXI, se pueden abrir nuevas vías.
De ahí que se organicen visitas guiadas a estos monasterios, organizadas por las asociaciones de guías con un carácter benéfico, a lugares muchas veces desconocidos por los propios ciudadanos. También, coincidiendo con la fiesta de Reyes, se ponen a la venta en las parroquias los roscones de las carmelitas de Consuegra; o las franciscanas de santa Isabel hayan puesto en marcha un servicio de lavandería industrial y/o particular. Asimismo, se promocionan hospederías en los carmelitas o las agustinas, comedores turísticos en las comendadoras o incluso se ha intentado con una residencia para turismo idiomático en las clarisas, ya con el convento vacío, lamentablemente.
Asimismo, las instituciones ayudan organizando ferias para la venta de los dulces, con la música de grupos locales como mejor aliado, un sistema que también funciona en parroquias con servicios de Caritas, que explotan heladerías u ofrecen apartamentos turísticos legalmente establecidos.
Este es el momento de salvar a estas comunidades y los conventos, por toda la labor social y religiosa que realizan, por el ingente patrimonio que gestionan, para evitar expolios, la salida descontrolada de pinturas o esculturas o la ruina de algunos edificios considerados BIC.
Si son las asociaciones de estas características las que velan por su conservación, además de la obligación de las administraciones competentes así evitaremos usos que nada tienen que ver con los fines para los que fueron creados. Son iniciativas que bien merecen extenderse por toda España, a ver si podemos implantarlas también en Ávila.