M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


De la música

27/11/2023

Las primeras músicas fueron un entrechocar de hojas de árboles movidas por el viento, un fluir de agua rompiendo sobre las piedras del cauce, una tormenta de truenos amenazantes, un canto de aves al despertar el alba o un aullar de cánidos al caer la noche. Músicas que despertaron las primeras emociones a ellas asociadas: sosiego, asombro, temor, alegría... Después, sería la conciencia del latido del propio corazón y que quizás se quisiera imitar con un golpeteo sobre un tronco caído y hueco. Y qué hermoso fue el descubrimiento de que, al soplar por el extremo de una caña hueca, se emanaba un sonido nuevo que se podía controlar con la respiración y que, posiblemente, esa primera vez provocara más miedo que asombro.

En fin, que el ser humano fue evolucionando, cambiando y, con él, el sonido que su voz o los objetos por él manipulados, podían emitir. Y desde un principio hubo un gusto, un placer en la escucha de esos sonidos, que también fueron haciéndose cada vez más complejos. Hace unos días, se celebraba la fiesta de la música, que en la cristiandad está asociada a una santa, Cecilia, patrona de los músicos. Antes, las artes estaban asociadas a unas musas -de ahí proviene la palabra música- y con la cristianización, a las musas se las sustituyó por santas.

Como en todas las demás artes, también en la música hay sus estilos, evolución y filias. Es tal la riqueza y multiplicidad de músicas con sus ritmos, instrumentación, armonías... que es un arte casi infinito en sus expresiones. Que en cada rincón del mundo ha tenido su propia peculiaridad y evolución, aunque ahora con la globalización, la música también se está haciendo cada vez más uniforme. En cualquier rincón del mundo se escuchan esas músicas rítmicas, adictivas y supuestamente vitamínicas. Hemos caído ante el embrujo de sus difusoras, las radio fórmulas, esas radios monotemáticas y repetitivas que ponen varias veces al día las mismas canciones. Son signo de un tiempo de excitación, ruido, aceleración. Músicas que nos incitan a producir o consumir más. Por algo son las que escuchamos en un centro comercial u otro lugar público... O hasta en consultas médicas, donde no creo que sea esa, la música que en esos momentos aporte más beneficios.

 La música tiene también la capacidad de aportar pensamiento, quietud, recogimiento. Hay música para la alegría, para compartir, para gozar... Y tiempo ha de haber para ello. Pero si la música sólo es distracción y dispersión, acaba siendo ruido que se nos mete en la cabeza como pájaro chillón que en la jaula de la cabeza nos martiriza y no da reposo ni consuelo.

En una entrevista, el ensayista y autor de libros sobre esta musa Ramón Andrés, afirmaba que: Nuestra sociedad necesita poesía, música, lentitud y también silencio... Más adelante, sobre el valor de la música como historia de lo humano, decía: Una obra artística verdadera contiene todos los tiempos, es un arco que nos lleva del pasado al devenir más desconocido. La música, por su inigualable capacidad evocadora, es la que más nos acerca a lo anterior, a lo que no tuvo ni tiene nombre, a un pasado en el que está contenida toda la memoria humana. 

El último rescoldo de memoria en las personas que van perdiendo su identidad, reside en la música. Es como si nuestra identidad fuera música y, con su olvido, nos apagáramos. Nunca quisiéramos perder el nombre y rostro de los que amamos y nos aman. Pero quizás, sea la música la que, hasta el final de nuestros días nos acompañe y de ella sea el último susurro que entendamos. Si así fuera, unas cuantas melodías quisiera me dieran su último adiós.

ARCHIVADO EN: Arte, Ávila, Globalización