Con el largo puente de la Constitución y la Inmaculada se da el pistoletazo oficial de salida a la Navidad y, vistas las impresionantes mareas humanas en no pocas ciudades españolas, podemos augurar un período que batirá récords en diferentes ámbitos. La gente se ha echado a las calles como si no hubiera un mañana, ajenos a las aglomeraciones y al encarecimiento general de los precios.
Ocho millones de desplazamientos por carretera, según datos de la Dirección General de Tráfico (DGT), se traducen en un aumento superior al 17 % respecto al puente de 2022, lo que invita a preguntarnos si este fenómeno obedece a un simple incremento del consumo o bien a otros factores sociológicos. Y la respuesta tiene, obviamente, varios ángulos. Desde el impacto latente de la era post-covid y la reacción natural a compensar los pasados momentos de incertidumbre hasta el desenfreno que caracteriza a una sociedad de consumo como es la nuestra. Y en el origen de todo ello tampoco podemos olvidar que el desasosiego se cura con el ejercicio de movimiento y libertad, aunque sea dándonos codazos en las calles, ese hábitat consustancial en el que las emociones afloran en plenitud.
Aun así, algunas imágenes que hemos podido ver en ciudades como Madrid, Barcelona, Málaga o Vigo son bastante reveladoras de la lógica preocupación de los ayuntamientos por velar por la correcta cohabitación del turismo y la vida urbana. En el ecuador del cumplimiento de los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible conviene no perder de vista estos retos, que, como en casi todo, su éxito dependerá de la actitud de cada uno de nosotros, allá donde nos encontremos. La madurez de cualquier colectivo se mide también en términos de tolerancia y aquí hay todavía trecho que andar.
Los que vienen son días clave, por tanto, para demostrarnos que, por encima de todo, somos seres racionales y que la mejor celebración es la convivencia en paz y armonía. Pues eso.