Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


El silencio de un pueblo

29/06/2024

El silencio de un pueblo resuena desde septiembre hasta junio. Adormilado, amodorrado bajo el aciago sol castellano o la indiferente gelidez del frío mesetario, espera durmiendo el sueño de los justos a que lleguen tiempos mejores, a que el viento agite las hojas de los árboles en fragante melodía mientras las casas abandonadas vuelvan a cobrar vida. Retornan los sonidos del alborozo: las risas, las carreras y hasta las motocicletas. La campana que repica en la vetusta torre de la iglesia tiene ahora más público que se acostumbra a ella y la escucha de fondo, o que presta atención cuándo marca la hora de regresar. Los viejos bancos de piedra han dejado de descansar y se convierten en descanso, en confesionarios a cielo abierto, donde los jóvenes ríen y lloran con la emoción de la edad, se descubren los amores y se sueña con lo que vendrá. Arcaicos bancos que escucháis con vuestros oídos de piedra como en el futuro no contáis, pues los planes siempre llevan lejos y no se sabe cuándo regresaran.

Parece que en verano todo es más perezoso, calma y sosiego para las tardes ahogadas de calor y, sin embargo, en los pueblos todo se acelera: rebrota, renace y revive con el cálido sonido de las carcajadas de los niños, con los timbres de las bicicletas, que son para el verano, con los chapoteos, los balonazos e incluso las discusiones. La siesta tiene ruido del fondo: el silencio de un pueblo ha sido acallado. El café, la partida, el aperitivo, todo vuelve con más fuerza en verano. El reloj del ayuntamiento se convierte en referencia, los caminantes vespertinos o los muy madrugadores se saludan por los senderos. A las figuras del campo recortadas sobre el cielo, las que le dan vida todo el año, les salen espectadores e incluso jóvenes ayudantes.

Son las noches de verano noches a la fresca: de silla en la puerta de casa, de ventanas abiertas a última hora y cortinas ondulando en la noche como fantasmas del frescor inalcanzable. La luna ilumina la plaza, las risas de los jóvenes quedan amortiguadas por los balones que nunca paran. Vuelve la campana a tañer, dando la hora para recogerse. La libertad del estío es el renacer de los pueblos con las risas en verano. Durante dos meses y medio, el silencio de un pueblo suena a gozo y bienestar.

Párate y te contaré cómo suenan nuestros pueblos. En verano todo es dicha, en invierno todo es frío. Soledad que ha de traer el otoño, no la quiero yo en mi tierra, prefiero el reír de agosto al sendero espectral que surge con las heladas. Hay en el pueblo una calidad perdida, un vivir con la tierra cerca y recordar la naturaleza viva. Quién sabe si esta es nuestra salida: convivir con la esencia del mundo para acabar con la violencia, la desidia y la ansiedad que parece impregnar nuestros días. Quizá es la hora de que volvamos a los pueblos, de que les devolvamos la vida y dejemos que, a cambio ellos, nos enseñen a vivirla.

ARCHIVADO EN: Ávila, Bicicletas