Voy a contarles cómo empecé a escribir todas las semanas en el periódico. A principios del curso pasado, pensé en dejar esta columna, pues no sabría qué podría hacer ni cómo. Cuando hablé con el Diario, sin embargo, me propusieron que escribiera todas las semanas para tener un reto semanal de 3000 caracteres que me evadiera del día a día o me sirviera de desahogo. Dije que podía fallarles y, aun así, me animaron a hacerlo. Y no puedo estarles más agradecidos. Porque, parafraseando al gran Lope de Vega, hice de mis lágrimas la letra (o más bien de mis dolores, agotamiento y, sí, alguna lágrima) y prácticamente todas las semanas, solo fallé dos, pude ensanchar mi mundo a través de la palabra escrita. A ordenador, porque no podía (y aún no aguanto mucho) escribir a mano sin marearme, pero tecleaba con el espíritu de quien vuelca lo que puede en un lugar sagrado y renovador. Presionar teclas no tiene la misma potencia que mancharse los dedos de tinta mientras llenas páginas de papel, que luego recuperas e intentas descifrar. Sin embargo, tiene un compás distinto, un sonido rítmico y tranquilizador. Pulsar las letras blancas sobre fondo negro y verlas aparecer en negro sobre fondo blanco ha sido mi desahogo y salvavidas estos largos meses, mi tabla de rescate cuando el mundo se me venía encima precisamente al ver como la vida seguía y yo la veía de lejos.
No ha sido fácil. Cometo errores ortográficos, cambio letras y tengo fallos de los habituales al aprender a escribir. En ocasiones, además, me sentía desconectada de la realidad: lo que pasaba en el mundo, si bien me preocupaba, lo veía como algo ajeno, que se acercaba a mí burbuja, pero no la penetraba. Tampoco podía recurrir a los libros y hablar de ellos como suelo hacer, pues igualmente me cuesta leer. Pero cuando ya no quedaba más sobre lo que teclear cogía aquello que me impedía hacerlo y lo transformaba en prosa. Lo que añoraba y perdía, pero también lo que me anclaba a la realidad, me llenaba y hacia la travesía más fácil. Dos son los elementos fundamentales: las personas y la cultura. Y, sin lugar a duda, dentro de esta última, si he llegado hasta aquí ha sido porque estaba armada con un portátil que me podía llevar a la cama y recobrar el mundo en él letra a letra.
Me despido con 43 artículos a mis espaldas, que son fruto del empeño de seguir adelante, de enfocarse en las cosas buenas y dar siempre lo mejor de mí. La calidad o el disfrute de los lectores ya es otra cosa. Cuando llegue el próximo octubre y la ciudad vuelva a empezar con su actividad normal, espero poder escribir una columna contando que todo ha pasado pronto. Pero si no es el caso, seguiré tecleando mientras pueda, buscando la redención a través de las letras, aunque estás intenten burlarme a veces. El Fénix de los Ingenios, una vez más, lo explicó mejor que yo, describiendo toda una forma de vida: ¿que no escriba, decís, o que no viva?