La pasada semana, la Universidad de Salamanca devolvía un reconocimiento a quien fue su rector a don Miguel. Un doctorado honoris causa que recogían, emocionados, dos de los nietos que llegaron a conocer al abuelo. Es cierto que, como decía uno de mis profesores de Lingüística, la novela española se resume en tres migueles: Cervantes, Unamuno y Delibes, y hasta tal punto llega la vinculación de la institución con la persona que solo con ponerle el don delante sabemos perfectamente de quién hablamos.
"Hueso de la patria más grande, le diste, nodriza, tu tuétano, fuerte leche a la monja andante" decía Unamuno de la ciudad de Ávila, en Por tierras de Portugal y España (1911). Una ciudad de la que sobresalen a simple vista sus Murallas que, "impidiéndole crecer y ensancharse por tierra hacia los lados, parece como que la obligan a mirar al cielo", escribía don Miguel de Ávila de los Caballeros, quien refleja en La Tía Tula el ardor de la Santa. Precisamente, a Teresa de Jesús dedica la Universidad de Salamanca el primer doctorado honoris causa cuando Unamuno es vicerrector, hace ahora 102 años.
Unamuno, una persona religiosa en un mundo agónico de eternas dudas, buscó a Dios en las montañas de Gredos, "el granito más rudo que con sus crestas el cielo toca", como llamaba el viejo rector a la cordillera eterna, a la que había subido para coronar el Almanzor desde su querida Becedas, donde el escritor del 98 pasaba el verano. Llegó a reconocer que desde lo alto de la cima se conmovía tanto que rezaba, e identificaba la sierra con una imagen castellana y española que le acompañó toda su vida.
Hay una anécdota con Blasco Ibáñez, exiliado en París, cuando este le enseña los Campos Elíseos y le pregunta si había visto algo más bonito en su vida, a lo que le respondió Unamuno: "Sí, Gredos".
Fue frente a Ávila cuando al pensador se le ocurrió aquella imagen que nunca olvidó Jacinto Herrero de ver la ciudad como una casa, y así lo refleja en Andanzas y visiones españolas (1922). Y raro es no recordar al profesor del Diocesano leyendo las obras completas de Unamuno en aquella edición de tapa dura y roja, cuyo ejemplar cada vez se movía más en su mano temblorosa. Unamuno, quien definía a san Juan de la Cruz en 1929 como "el más profundo pensador de raza castellana", estaba profundamente enamorado de Ávila.
La tradición atribuye a Unamuno algunas frases célebres, como aquella heredada de fray Luis, al retornar a su universidad: "Decíamos ayer", o aquellas palabras frente a Millán Astray: "Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir".
En mi época de estudiante universitario era tradición acercarse al Cementerio de Salamanca a visitar la tumba de Unamuno, muy cercana al Centro Diocesano Abulense en el que tantos tuvimos la suerte de estudiar. Esta semana, don Miguel volvía con loas a su universidad, "templo del intelecto" y se hizo aún más español, aquel vasco universal. ¿Qué pensaría hoy de todos los sinsentidos heredados del independentismo y regionalismo rancio, de sus presiones y chantajes al resto de España? Lo dicho: "Venceréis pero no convenceréis"