Los anglicismos dan prestancia, visten de modernidad. La RAE admite —no recomienda— parking, que pierde glamur castellanizado como parquin. A mí me gusta más aparcadero, por mucho que esté en desuso; define mejor. O, en su defecto, el galo garaje. En Ávila tuvimos el «Garage [sic] España», en Santo Tomé el Viejo. Se anunciaba en postal de la época, con mapa en el reverso; así los visitantes —normalmente madrileños— no se perdían.
¿Quién de ustedes, estimados lectores varones —las cosas de entonces eran sexistas—, no ha tenido de crío un garaje de juguete? Horas rodando cochecitos, subiéndolos a la primera planta en ascensor con manivela para ver cómo se deslizaban luego hasta la salida por la necesaria rampa, creando atascos mientras nuestros infantiles dedos abrían la barrera de salida. Tirados en la alfombra, dueños y señores del tráfico y el devenir de los autos.
Quizás perviva ese recuerdo de niñez en los que alcanzan el sillón de la alcaldía. Su obsesión parece ser eliminar estacionamiento en calles y plazas de Ávila y llevar a los coches hacia enormes contenedores —firmados por arquitectos de postín— con sus rampas y barreras. Jugar con coches de verdad desde la alfombra del despacho del Mercado Chico. Primero los del Grande y el Rastro, recordemos luego la década gastada con el del lienzo norte de la muralla, que parece que duerme —afortunadamente— el sueño de los justos en algún cajón municipal. El impuesto de circulación de mi niñez permitía aparcar gratis en casi toda la ciudad; hoy, con otro superior, hay ORA, aparcaderos y cada vez menos sitios, víctimas a veces de absurdos carriles bici. Lo que se acaba de hacer frente al Centro de Congresos eliminando plazas para pintar uno de ellos es de juzgado de guardia.
¿Será por ese Rosebud que aquello del programa electoral del 2019, «espacio para las asociaciones de la ciudad, así como en un centro de ocio para familias, con actividades culturales y lúdicas para toda la familia», es ahora propuesta de aparcadero? En estos 4000 días, tras interesada declaración de ruina para obtener la titularidad, se intentó colocar sin éxito la antigua estación de autobuses a una empresa hispalense. Quizás ahora el parquin lo haga otra de Sevilla —así los viajes no serían en balde—; no por nada nos hermanan la Soterraña y Nuestra Señora del Subterráneo.
Incluso si fuese para compensar el déficit de plazas para residentes, el alquiler tendría que cubrir los costes, no sería un aparcamiento social. Y si es un nuevo «Garage España», volveremos a lo de siempre, a abandonar otros proyectos de ciudad y fiarlo todo a hacer la vida cómoda a los de fuera. Al menos no harán falta postales con mapas detrás: hoy hay navegadores.