Dos semanas pasan entre nuestros cafés. Quisiera que fuesen más a menudo, pero ya sabes, la vida obliga. Desde que acaba nuestra cita hasta la siguiente, paso mucho tiempo pensando en nuestro encuentro. Y pasan muchas cosas. En 15 días ha nevado, helado, llovido y hecho calor. Hoy, 13° con un "muy alto nivel de polen" dice la aplicación del tiempo. Añade "día soleado por delante, se espera que el próximo día soleado sea Viernes". El equinoccio de primavera está previsto entre miércoles y jueves y por fin entramos en mi estación favorita. El término medio entre el invierno y el verano. Cuando la luz es más brillante pero no ciega la vista. Los árboles florecen y las gentes viven más tras su letargo invernal (o infernal, según a quien preguntes, aunque sin los calores propios del lugar).
No me gusta el frío. Y vivo en Ávila. Nací en Ávila. Pero nací en agosto. Eso me hace menos abulense. En Salamanca, amanecía con niebla espesa y mucha humedad y no había nada que me protegiese y resguardase, y mis compañeras de Extremadura y Canarias en mangas de camisa extrañadas preguntaban, pero si tú vienes de Ávila, la capital del frío. Paradójico. No puedo con él. El calor sí. Tampoco pasarse. No quiero volver a corregir en la piscina como hace seis años. Término medio, lo justo, lo preciso, la balanza equilibrada.
Aunque tengo remedio para los días calurosos veraniegos más allá del chapuzón. De España, y alguna de países más allá del Océano, la Catedral de Ávila es otro de mis lugares favoritos que no quiero compartir con nadie. Solo que este es más evidente. Antes antes había entrado a algún rito religioso y en la exposición de Castillo interior, hace ya 29 años, para honrar las obras de la Santa (creo que se debería volver a hacer). El verano pasado llevé a mis queridos Blanca y Mario a una visita muy exprés (hay que repetirlo) pero también había entrado el anterior para subir al campanario con mis peques. Les dejaron una audioguía y quedaron fascinados. Creo que estuvimos cerca de 5 horas en la Catedral. Y es una visita que se ha convertido en habitual en nuestros veranos. Una visita que recomiendo a propios y extraños. Tenemos una joya en el lugar más frío, por ser el más alto de la ciudad, y encuentro a muchos desconocedores de sus secretos. Igual que me percaté del edificio Metrópolis en Madrid cuando estuve al lado del edificio Flatiron de Manhattan, he podido apreciar la singularidad de lo cotidiano al visitar la de Toledo, la de Sevilla, la de Granada, Málaga, Barcelona, León, Burgos, Astorga, Segovia, Salamanca y podría seguir.
Si bien es cierto que me quedan muchas, y sobre todo la de Mallorca, por aquello de visitar todas las obras de Gaudí, puedo decir sin temor a equivocarme que la de Ávila siempre va a estar a la cabeza de cualquier enumeración catedralicia.
Si quieres, nos vemos en el campanario.