El ministro Albares ha defendido la elección de "afines" para ocupar altos cargos en las instituciones del Estado. Debió advertir que su afirmación podría levantar ampollas, porque añadió que se trataba de personas de prestigio y autoridad.
No siempre. Lo creerá el titular de Exteriores, pero es muy evidente que pocos nombramientos para altos cargos son incuestionables desde el punto de vista de profesionalidad y experiencia; la principal virtud de quienes no cuentan con ninguna de esas dos exigencias, es su sanchismo incondicional. Sanchismo, no socialismo, que no es lo mismo. El propio ministro Albares, con cierta formación porque ha estudiado una carrera y aprobado la oposición a diplomático, ha "tragado" con las maniobras monclovitas al colocar en embajadas a personas cesadas porque no daban la talla en el cargo que ocupaban, ministros en varios casos, y ha convertido en embajadores a personas sin noción de cómo hay que desarrollar su trabajo. En algunos casos, sin saber siquiera inglés, la lengua universal de la diplomacia. Difícilmente harán buen papel como representantes de España en países extranjeros.
Por otra parte, en el concepto "afines" caben muchas interpretaciones. Pedro Sánchez muestra es capaz de mostrar simpatía por dirigentes de partidos a los que siempre ninguneó porque le parecían que se trataba de personas ideológicamente en las antípodas o que defendían lo que a él le parecía indefendible. Pero a la hora de la verdad, no dudó en buscar debajo de las piedras puntos de afinidad para convertirlos en socios parlamentarios. Y en algunos casos, para ofrecerles después cargos destacados sin más méritos para la afinidad o supuesta afinidad. Lo que hay que ver, lo que estamos viendo.
La obsesión de Sánchez por su continuidad en la jefatura del gobierno, demuestra que el reparto de carnet de afinidad está directamente con el uso que pueden hacer unos y otros, Sánchez y sus socios, de esa condición de amistad. Y sobre todo, cómo se puede sacar tajada de sus acuerdos. El PNV, por ejemplo, experto en bailar el agua a todos los gobiernos en minoría parlamentaria, tras traicionar a Rajoy dos días después de darle apoyo para sus Presupuestos -Sánchez prometía el oro y el moro a quienes le dieran sus votos-, ahora se pone al lado del PP cuando lleva al Congreso la petición de que España reconozca a Edmundo González como presidente electo de Venezuela.
A Sánchez le ha faltado tiempo para acusar a Feijóo de incongruencia. Que lo diga él, que cambia de criterio según le conviene, es prueba de la escasa profundidad de los análisis y reflexiones del presidente de gobierno. Por no mencionar que uno de los españoles con mejor carrera internacional, Josep Borrell, del partido de Sánchez y exministro de Sánchez, se ha mostrado partidario de que la UE reconozca a Edmundo como presidente electo.
Sánchez no, porque no tiene a Edmundo González por amigo, el afín es Nicolás Maduro. Aunque, eso sí, el presidente español se guarda de hacer declaraciones excesivamente entusiastas hacia Maduro. Por si acaso.