Nunca está de más recordar «la noche en la que entre Michael Jordan y yo metimos 70 puntos». Stacey King era un pívot de los Chicago Bulls que hace 25 años, ante los Cavaliers, anotó un punto. Jordan hizo 69. Ni está más recordar (ya más reciente) aquel reportaje de comienzos de temporada sobre el Tuv Azargannud de la Liga de Mongolia, que a finales de octubre de 2024 saltó a las páginas deportivas de medio planeta por haber encajado 111 goles en las primeras nueve jornadas. Mezclaré con cuidado ambas historias: es posible que el Real Madrid ganase muchos partidos esta temporada -no diré títulos- con la defensa del Tuv Azargannud.
Cuando tienes lo mejor de lo mejor en una faceta del juego, la otra debe 'acompañar' como King lo hizo con Jordan aquel 29 de marzo de 1990. Ancelotti tiene adelante a Mbappé, tiene a Vinícius, tiene a Rodrygo y tiene a Bellingham cuidándoles las espaldas. Con esa nómina de atacantes, cualquier entrenador del planeta tendría claro que su función capital sería la de asegurar un buen sistema defensivo. Y así como Jock Stein, mítico preparador del Celtic, aseguraba que era capaz de ganar el 99 por ciento de sus partidos «con seis jugadores de dos metros» (¡Ah, el viejo fútbol británico de pelotas que estaban más tiempo volando que rodando!), la lógica invita a pensar que algo medianamente riguroso atrás, o sea siete futbolistas disciplinados, incluyendo al portero, asegurarían un altísimo porcentaje de victorias blancas. Pero, ay, eso vale contra el Salzburgo, Las Palmas, Celta o Minera, por citar algunas de las últimas goleadas. Porque ahora se defiende en bloque. El fútbol moderno no es el de Stein, no es el de Mongolia y mucho menos es baloncesto: de poco sirve decir que el curso pasado, entre Marquinhos (uno) y Mbappé (47) marcaron 48 goles.