Javier S. Sánchez

A la legua

Javier S. Sánchez


¿Entiendes, Fabio…?

04/04/2025

Que en esto del entender y no entender no andamos muy afinados cuando el mundo se desboca por momentos, y quienes manejan las riendas tampoco son los lápices más afilados del estuche.

Con sus aguas mil, viene el cuarto del año a desempolvar el ambiente mientras nos debatimos, dicen, entre que un loco apriete el botón rojo o caiga por fin el meteorito.

Este despertar morañego que agranda los trigos y las conciencias nos alerta de un tiempo convulso. No procede, sin embargo, como mal hacen algunos poderes para mantenernos a raya, infundir miedo con profecías apocalípticas; pero sí de repensar qué es lo que queremos para un mundo que según Baden Powell debemos dejar un poco mejor de como lo encontramos. Y no es buen remedio el "¡Virgencita, virgencita,…!" Ya vimos cómo le fue a Julio César en los idus de marzo.

Que a lo mejor no se trata de salvarlo como pretendíamos con veinte años; ya se encargan de ello los frecuentadores de tabernas que "mantrean" fielmente lo que sus líderes ordenan. Ni siquiera de recomponer nuestro país; voceros y voceadores abundan en el congreso y el senado. Pero, ¡qué menos que tratar de adecentar un poco esta Moraña que a ratos se nos muestra deslavazada!

Y es que ya no sabemos a qué estamos, si a plantas de biogás o a humedales, asuntos no ya diferentes sino antagónicos; si a repoblar con innumerables planes sin recorrido o a dejar que el tiempo siga haciendo su trabajo de desertificar las calles y plazas de estos pueblos que agonizan; si a apostar por proyectos serios o a mantenernos en el pan y circo hasta que, aburridos, los panaderos dejen de madrugar y los payasos se den cuenta de que… ¡Maldita la gracia!

De nuestro corazón a nuestros asuntos, como Machado, vagamos sin saber a qué santo encomendarnos. Lo del campo no tiene mayor apuro, que por mayo será por mayo cuando procesionemos con san Isidro para que proteja estos benditos campos de las tormentas y los aranceles. Más difícil se nos antoja la sempiterna incomunicación; el desempleo que se lleva a nuestros jóvenes como aquel de Hamelin a no sabemos qué latitudes; la sanidad que se nos muere por momentos; las escuelas que se vacían de alumnos, saberes y sabores; y la despoblación que avanza como lengua de lava dejando a su paso ausencia y silencio. Que a lo mejor ya no se puede. En ese caso, dejen de vender humo en forma de planes y ensayos absurdos para intentar consolar a los morañegos. Todos somos abulenses, pero no todos abúlicos.

¿No hay un proyecto global para La Moraña? Díganlo. Y ya vamos viendo si nos rendimos definitivamente a la evidencia; si nos vamos dejando morir o buscamos el modo de disponer de mejores servicios públicos en otros climas donde además de sobrevivir también se viva.

Sinceramente, no entiendo lo que está pasando o lo que entiendo no es lo que pasa. Y, como casi siempre, recurro a san Juan de la Cruz:

Cuanto más alto se sube,

tanto menos se entendía…

Y entonces, como casi nunca, recurro a Lope:

¿Entiendes, Fabio, lo que voy diciendo?
—Y cómo si lo entiendo. —Mientes, Fabio;
que soy yo quien lo digo y no lo entiendo.