Un accidente ferroviario puede tener su origen en la mala calidad de la infraestructura o del estado de su mantenimiento, en el error humano, en el sabotaje, en la fatalidad o en la concurrencia de varios de éstos y de otros factores, pero es inaceptable que lo tenga en la desidia y el abandono programado de los responsables políticos de quienes depende velar por la seguridad de los pasajeros y de los propios empleados ferroviarios.
Esa desidia y ese abandono se han venido cebando en las últimas décadas con el llamado tren convencional, el tren de toda la vida que articulaba el territorio y permitía el desplazamiento de las personas y el transporte de mercancías con un mínimo impacto ambiental y, en el caso de los estatales, con un propósito de servicio a la comunidad sin ánimo comercial de lucro. Desde la década de los 80 del pasado siglo, ese propósito se fue debilitando con el cierre masivo de líneas "deficitarias", esto es, precisamente aquellas que por servir a poblaciones pequeñas, dispersas o remotas, más seguían necesitando el tren. El Estado, así, se privatizaba a sí mismo, pero fue con la llegada del AVE, el caro y veloz tren entre grandes ciudades sin apenas paradas intermedias, cuando ese debilitamiento de la función social del ferrocarril devino en su actual agonía.
De esa agonía de las líneas convencionales da cuenta el número creciente de accidentes e "incidencias" perfectamente evitables. Evitable fue el terrible descarrilamiento del Alvia en Angrois, 80 muertos y 114 heridos, en una línea convencional, maquillada como de alta velocidad, sin el trazado ni los sistemas de seguridad requeridos; evitables los continuos incendios y retrasos brutales de los trenes en la relación Madrid-Extremadura, con tramos de vía del siglo XIX; evitables los numerosos incidentes en los servicios de Cercanías; y evitables los recientes descarrilamientos en el túnel que conecta en Madrid las estaciones de Atocha y Chamartín, o los más recientes aún habidos en Andalucía, en las depauperadas líneas convencionales Málaga-Sevilla y Antequera-Algeciras.
Gobiernos del PP y del PSOE, deslumbrados con la utilización electoralista del AVE, y abonados sin fisuras al desmantelamiento progresivo de lo "deficitario", han ido asestando, una tras otra, puñaladas de muerte al tren, al tren de todos, al que se detenía en los apeaderos para recoger a dos paisanos, al que traía y llevaba el correo, o al estudiante, o a los que iban "de médicos" a una población grande, en esa España que, sin su tren y sin tantas otras cosas, se ha vaciado.