José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Cuestas

10/01/2025

Diez días de enero ya, estimados tres lectores. Mes de las cuestas; aunque se hable de ellas en singular, sería injusto elegir solo una de sus empinadas rampas. La más famosa, sin duda, es la económica: plantar cara al nuevo año tras los desaforados gastos navideños, con las tarjetas de crédito ahítas, a punto de reventar, y la cuenta bancaria agotada. Es metáfora acertada: a la prodigalidad –con otros y con nosotros, la generosidad bien entendida empieza por uno mismo– se añade una tormenta perfecta impositiva local –sin más impuestos no se pagan los servicios, festejos y obras que tanto nos encandilan– y nacional, recaudar está de moda. Además, por si fuese poco, la vida sube, la energía sube y hasta la vivienda sube, y más en Ávila.
Pero en enero hay otras cuestas, menos metafóricas, más reales. Es momento de cumplir con las promesas del nuevo año, atacar esos kilos ganados con tanto esfuerzo en comilonas, cenas, cotillones y tardeos, calzarse las zapatillas de correr y darse al subir; en nuestra ciudad, pendientes no nos faltan. Por ejemplo, la calle Madrigal, conocida como la Mataburros, otra víctima reciente y por sorpresa de la afamada red de calor. Vale también hacerlo en bicicleta, incluso a pesar de la «orografía compleja» de la capital que sagazmente parece haber descubierto ahora el Plan de Movilidad Urbana Sostenible, en periodo de exposición pública. En todo caso, no tengan miedo a un buen desnivel: ya saben que todo lo que sube alguna vez, baja luego.
También sufrimos la cuesta cultural. Tras unas fiestas que –no podía ser de otra manera– nos anuncian que han sido todo un éxito, comenzamos la travesía del desierto de los meses invernales, en los cuales queda todo al albur de alguna que otra iniciativa particular, pero donde cuesta –perdón– encontrar qué hacer para matar el hastío.
Los culés añadimos la cuesta arriba que está subiendo el Barça; parece que más que al fútbol esté jugando a ver si consigue alcanzar las mayores cotas del ridículo y el absurdo, trepando hasta ellas de la mano de un presidente que se aferra al sillón con más fuerza aun de lo que lo hacen los expertos, los políticos.
En mi caso, la peor cumbre a la que me enfrento es la del calendario. Interminable ladera llena de hojas y casillas en blanco; cada año tengo que esforzarme más por considerarlas nuevas oportunidades y no escaques hacia una inexorable meta. Una ascensión de 365 días –y sus a veces largas noches– para los que hay que buscar afanes, justificaciones, ilusiones, actividades, lecturas. Si se enfrentan a la misma cuesta, apreciadísimos lectores, no desesperen. Prometo darles –y de paso darme– un empujoncito cada viernes: a ver si así la hacemos más llevadera.