Escuchen vuesas mercedes,
acomódense y lean
la cosa más inaudita,
la más importante afrenta
que le ficieron a Hispania
en esta triste quincena:
El pinche don Pedro Sán
ha vendido a Hispania entera.
Se jugó nuestros garbanzos
por un plato de lentejas.
Por seguir en La Mont Cló
y conservar su cabeza,
ha vendido una amnistía
por un plato de lentejas.
Siete lentejas tan solo,
ni siquiera una decena,
sacian su hambre de poder
y su ambición tan funesta.
Y quiere que nos traguemos
ese plato que nos quema,
y quiere que lo embuchemos
sin discusión ni protestas:
—Estos súbditos hispanos
tienen buenas tragaderas.
Ante tan grave amenaza,
la Hispania de miedo tiembla
y, en cuestión de democracias
quédase Hispania a dos velas,
muy inquieta y preocupada
y cada vez más hambrienta,
pues don Pedro la ha vendido
por un plato de lentejas…
¡Mas no hay lentejas pa todos
que él las siete se las queda!
Los fachitas populares
y los de la ultraderecha
se llevan, alborotados,
las manos a la cabeza
y dicen todos a coro:
—¡Qué bochorno, qué vergüenza
haberse vendido Pedro
por un plato de lentejas!
Alborotase el Senado
y el Congreso y la Congresa,
progresistas y "sumandos",
y VOXeadores y diestras.
Y lo mismo que un tal Goya
en un cuadro describiera,
día tras día y hora tras hora,
sin descansos y sin treguas,
andan a a garrote limpio,
en una continua gresca…
¡Son como el perro y el gato!
¡Qué brutos, menudas fieras!
De escuchar sus parlamentos
me da a mí vergüenza ajena.
Mas el fugado don Pis
Del Monte, desde su Bélgica,
como tiene la sartén
por el mango, y mucha jeta,
por todo lo que consigue
por solo siete lentejas,
se descojona de risa
y de la risa se mea,
pues don Pedro le concede
todo lo que le pidiera.
Incluso, ya lo verán,
su ansiada independencia.
Y surgen vivas y aplausos
y viscas fuertes resuenan
de Tarraco a Bar Celona
y de Yirona hasta Yeida,
por haberlo conseguido
por un plato de lentejas.
Fe y Jó a Pedro le pregunta
y le tira de la lengua,
—¿Qué has pagado a Pisdelmonte?
¡Diga el precio de la venta!
Pero ante las sus preguntas
él sale por peteneras
y, tozudo, erre que erre,
a los vientos vocifera:
—¡Que dimita Isabelita
antes de que hoy anochezca!
¡Que dimita Isabelita
y aquel que con ella duerma,
que Isabelita me sigue
dando dolor de cabeza!
También siguen martilleando
con su yunque don Yunqueras
y los de Yunts y Errecé:
—Esto de nuevo comienza
y no pararemos hasta
lograr nuestra independencia…
¡Y que nos den los impuestos
que nos ha robado Hacienda!
¡Y esto solo es el principio,
veréis lo que os espera!
Y don Pedro, que no es
aún ministro de la Iglesia,
a pesar de que no tienen
propósito de la enmienda,
les dará la absolución
sin ponerles penitencia.
¡Ay, qué desgracia más gorda!
¡Ay, qué desastre, qué pena!
Harto de decir mentiras
y de verdades a medias,
el resiliente don Pedro,
el que en La Mont Cló gobierna,
ha vendido nuestra Hispania
por un plato de lentejas!