El PSOE de Castilla y León se juega en pocos días su futuro a medio plazo y, fiel a su historia, lo hace afilando cuchillos. Brillen los filos o no, ya se puede extraer la primera conclusión: diez años de pespuntes no han sido suficientes para coser una formación que se abona a las guerras civiles y a refundarse cada diez años a partir de las brasas que calienta Ferraz.
Un somero repaso a los últimos cuarenta y tantos años permite ver una evolución de luchas más o menos soterradas –las más de las veces por personalismos– e intervenciones del aparato nacional que dificultan tener una voz identificable con el propio interés de la Comunidad, una losa que pesa en sus opciones electorales. Quizá sea en esta última década, bajo la dirección de Luis Tudanca, y en los mandatos de Jesús Quijano cuando más cerca se ha estado de ello, sin que ambos hayan sido mínimamente incómodos con la dirección del momento.
Ni siquiera cuando gobernó Demetrio Madrid se vio libre de personalismos, intrigas e interferencias y, aunque prevalece el relato épico de su dimisión, lo cierto es que la larga mano de Ferraz (entonces, como ahora, quien se movía no salía en la foto) empujaron su renuncia. El dedo de la Federal estuvo en la designación de Juan José Laborda en 1985 y en la de Ángel Villalba, en 2000, frustrando los planes de la dirección autonómica de promover un relevo sin injerencias en la persona de José Francisco Martín. Villalba llevó a cabo una especie de refundación (con cambio incluso de siglas) en la que desplazó a todos los nombres preeminentes del proyecto de Jesús Quijano como Octavio Granados, Antonio de Meer, Cipriano González o Chema Crespo.
En 2008 Ferraz se adelantó imponiendo al desconocido para la política autonómica Óscar López, frustrando algunas aspiraciones más o menos latentes e iniciando una nueva etapa de borrón y cuenta nueva. En 2014, sin embargo, la dirección federal deja hacer y no pone pegas a las aspiraciones del palentino Julio Villarrubia, aunque se reservó un derecho de tutela que acabó como el rosario de la Aurora forzando la dimisión en 2014 del secretario autonómico y dejando un partido dividido en dos mitades. En el proceso de primarias posterior, aunque se intentaron guardar las apariencias, nadie dudó quién respaldaba a Luis Tudanca que, una vez vencedor, rompió con todo el pasado (la relación con Quijano ha sido inexistente, por ejemplo) y acometió otra refundación con la música que sonaba en cada momento en Ferraz.
Los personalismos y la intervención de Ferraz vuelven a darse la mano en la crisis actual que, a falta de frente ideológico, sólo se entiende por diferencias íntimas entre los actores: el propio Tudanca, Ana Sánchez, Javier Cendón, Oscar Puente o el abulense Manuel Arribas, entre otros. Esta vez, el elegido del aparato nacional parece ser el alcalde de Soria, Carlos Martínez, un eterno mirlo blanco que sonó ya como solución en 2008 y 2014. Con las espadas en alto, ambos sectores negocian una salida que, para los oficialistas podría ser una bicefalia en la que el soriano fuera el candidato a la Junta y en la que los de Ferraz quieren fuera de la ecuación a Tudanca y Ana Sánchez. Madrid no quiere primarias, oficialmente, para no dividir a un partido que costará mucho tiempo recoser. La pregunta que cabe hacerles es si permitirán al elegido autonomía para hacer su proyecto o si, sea quien sea, impondrán otra vez la enésima refundación.