José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Abulense... de Ávila

03/05/2024

Si algo no aguanto es la impostura. No descubro la pólvora, estimados tres lectores, si les digo que están de puente gracias a una falacia. Además, intencionada. Perpetuada en el tiempo, sí, pero no por eso cierta: una mentira repetida mil veces no llega a ser verdad.
Celebramos ayer la fiesta de nuestro patrón, el supuesto primer obispo de Ávila, Secundus —Secun, para los amigos en Roma—, que evangelizó nuestra tierra allá por el siglo I por orden directa de san Pablo. «Vete para Ávila, chaval, comen buenos chuletones y yemas, el equipo de fútbol subirá un día de categoría y, además, duermes fresquito en verano». Y hasta aquí se vino, dejando en Guadix a sus otros seis colegas, cruzando media península en tiempos en los que no había AVE ni autopistas de peaje. Para que luego se lo pagásemos martirizándolo colgado de murallas romanas que nadie sabía que existieran hasta que Rodríguez Almeida se dio en descubrirlo.
Gente más lista que yo –nada difícil– como María Cátedra, Jesús Arribas o Félix Ferrer han escrito largo y tendido sobre la invención –descubrimiento en origen, pero término esclarecedor– de los restos del santo en 1519. El argentino Manuel Albedo sostiene que los prebostes de entonces –obispo, concejo– buscaron la gloria usando la ciudad y pergeñaron un relato exaltador y mítico. Lo mismo que hoy se articulan otros por mismo interés propio, victimistas, plenos de históricas deudas, creando de arriba abajo provincianas patrañas.
Los Siete Varones Apostólicos, de existir, lo hicieron en la antigua Bastetania, en el sureste de la península. El «Abula» que Ptolomeo asigna a San Segundo, evangelizador y discípulo del apóstol Santiago, tiene todas las papeletas de ser Abla, en Almería, allá donde acaba la espina dorsal de Sierra Nevada. Pueblo en que usan, con todo mérito, el gentilicio de abulenses. Se lo hemos robado, lo mismo que Segundo y sus promotores hicieron con la advocación a San Sebastián y Santa Lucía en la ermita o con el auténtico primer obispo de Ávila, que ya no sabremos nunca si se llamó Pepe, Manolo o Arseniato. Disfruten del puente, si pueden.