José Pulido

Contar hasta diez

José Pulido


La mala educación

24/05/2024

Cuando era niño mis padres me enseñaron que con buena educación se llega a todas partes y que las malas formas arruinan las mejores razones. Siempre he creído en estos principios, aunque no siempre los haya cumplido, y admiro a las personas que llevan a su máxima expresión esta forma de elegancia intelectual, de civilización, que es la cortesía.

Parece evidente que tanto mis padres como yo pertenecemos a épocas pasadas y a universos culturales que poco tienen que ver con los del mundo que nos toca vivir, que estamos anticuados, fuera de onda. Dicho ésto con esas buenas formas a las que me refería, porque con las actuales podría ser bastante menos amable. Vivimos bajo la tiranía de la mala educación.

El conflicto que se ha abierto entre dos países como España y Argentina por las palabras del presidente de éste último, Javier Milei, sobre la esposa del presidente del gobierno español Pedro Sánchez, es un ejemplo más de los muchos que los usos actuales nos ofrecen y que van tomando carta de naturaleza por todas partes. No voy a entrar en valoraciones políticas, ni recordar las anteriores declaraciones del ministro Puente acusando a Milei de tomar drogas…Abordo el tema como un ejemplo notorio de mala educación ...Si en otro tiempo la cortesía era un requisito esencial para el éxito y el prestigio de una persona, ahora parece que el insulto es lo que nos lleva a lo más alto: dirigentes políticos, ministros, presidentes de gobierno… pero también celebridades de todos los ámbitos de la escena pública. Insultar, mentir, faltar el respeto a otros, arrojar basura a diestro y siniestro sin pensar en las consecuencias que puede tener y sin tener en cuenta para nada la verdad o falsedad de nuestras palabras, es la base del comportamiento de líderes políticos y sociales, de influyentes en las redes sociales, y  maleducados de todo pelaje a los que se ha jaleado en lugar de afearles su comportamiento. El rifirrafe de Milei con Pedro Sánchez no es sino uno más en una lista interminable. Hemos conocido antes otros muchos y muchos más vendrán después. Hemos reído demasiadas gracias.

Por este camino no sé si llegaremos muy lejos, como me decían mis padres, pero podríamos acabar en el hospital, porque lo que empieza con insultos suele acabar a golpes. Si los ciudadanos en general seguimos el ejemplo que estos malos referentes nos ofrecen, nuestra vida cotidiana promete ser bastante desagradable.

Imaginemos cómo serían las cosas si llevamos a esos extremos las relaciones con los vecinos que no nos caigan bien, que nos molesten, que hagan ruido, que tengan comportamientos con los que no estamos de acuerdo. Con los compañeros en el centro de trabajo, los viajeros en los transportes públicos, el tráfico… La vida está llena de roces, de diferencias, de transacciones continuas que exigen unas mínimas normas de respeto, el tres en uno de la buena educación que actúe como lubricante, reduzca tensiones y haga más llevaderas las relaciones humanas. Contar hasta diez antes de saltar. Hablar en vez de insultar. Un poco menos de testosterona y un poco más de tila para los nervios, por favor.

Si se pierde la cortesía, la mesura exigible a quienes representan a instituciones, ciudadanos o países enteros, no es de extrañar que su ejemplo anime a otros muchos y en vez de personas razonables, proliferen energúmenos que solo conozcan el insulto como forma de comunicación. Convendría no reírles la gracia, vengan de donde vengan. Ya sé que no se estila, que diría Chabuca Granda, pero reclamo la buena educación, la cortesía, como condición primera en las relaciones entre adultos civilizados. Reclamo la moderación frente al menosprecio. Las formas sí son importantes y nos ayudan a suavizar los conflictos de la vida en sociedad. Los comportamientos que tan mal ejemplo ofrecen estos personajes merecen nuestra reprobación. Si se generalizasen, mas pronto que tarde acabaremos descubriendo que, como en la vieja serie de televisión, "Aquí no hay quien viva".