Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Simone y Ávila

13/06/2024

Gracias a un querido amigo, releo a Simone de Beauvoir. En 'La plenitud de la vida', segunda parte de sus memorias, aparece leve pero certeramente Ávila, de la que dice: «En Ávila, por la mañana, aparté los postigos de mi cuarto; vi, contra el azul del cielo, torres soberbiamente erguidas; pasado, porvenir, todo se desvaneció; no había sino una gloriosa presencia: la mía, la de las murallas, era la misma y desafiaba al tiempo. A menudo, en el curso de esos primeros viajes, felicidades así me dejaron petrificada».
Esta percepción imperecedera, a la que hace alusión Simone, es sentido universal al encontrarte frente a frente con esta Ávila regia, de piedras curtidas, de torres exhaustas de frío y viento, de ese azul cerúleo, a veces cobalto, inevitable en las heladas, de ese sentir que la ciudad sigue anclada en un medievo raro, y nosotros con ella. Oponiéndose al tiempo, al paso de los siglos. Ávila seguiría impertérrita si pudiéramos despojar el escenario del atrezo, sobrevenido por los nuevos tiempos, por la modernidad.
Me imagino a Simone, joven, como en la fotografía en la que mira francamente a la cámara, pelo recogido, casi simulando un corte 'a lo garçon', sobria en su vestimenta, andrógina, corbata y falda a juego, su determinación asomando a los ojos profundos y serios. Simone paseando por el paseo del rastro, contemplando el paisaje del valle, respaldada por la muralla fiera, reflexionando sobre sus fantasmas y sus veleidades. Una Simone aún heterodoxa, apasionada por vivir, leer, amar, confrontar ideas, desde un punto de vista más cercano a la libertad, sin dependencias, sin ataduras fuertes, cerca de Sartre, dos amigos-amantes dispuestos a comerse el mundo.
Después vendría la mujer decidida a escribir, comprometida, mirando con asombro, incomprensión y duelo la guerra en España, y más tarde la ocupación nazi. Pero es la solidez interna, que muestra en este libro de memorias, la que le impulsa a seguir, viviendo, escribiendo. Me gusta la Simone que respeta esencialmente la libertad del otro, que guarda su propia libertad sin contrapuntos. En 'La plenitud de la vida' queda patente el sentimiento de independencia como ser humano, pero sobre todo como mujer. En un mundo denodadamente cruel con lo díscolo, con lo diferente, ella permaneció fiel a su espacio, a su autonomía, a la no dependencia del varón. Es ahí, sin cortapisas, cuando aflora Simone de Beauvoir referente y guía para muchas generaciones de mujeres, mirando el feminismo desde las certezas y nunca desde la victimización.
No sé si alguna vez imaginó, quizás en esos prolegómenos de su obra literaria, cuando visitó España, que sería necesaria su mirada en nuestro siglo. Dejando a un lado las críticas de parte, y buscando la raíz de su pensamiento, leer la obra de Simone de Beauvoir nos ayuda a entender y cuestionar las desigualdades de género que aún persisten. Su escritura ofrece una mirada crítica y real sobre cómo las inexpugnables estructuras sociales afectan a nuestras vidas y cómo podemos aportar cada uno para conseguir una mayor igualdad. Beauvoir no solo habla a las mujeres, sino a todos los que buscan un cambio positivo y justo en la sociedad. Su pensamiento nos inspira a reflexionar sobre nuestra propia realidad y nos da herramientas para construir un mundo más solidario, más amable. Me quedo con una de sus reflexiones: «No prejuzgo nada, salvo que toda verdad puede interesar y servir».