Sonsoles Sánchez-Reyes

A otra luz

Sonsoles Sánchez-Reyes


Chocolates Marugán (I)

15/07/2024

En 1832, Agustín Ríos Santiago, venido de Papatrigo, abrió en Mingorría una fábrica de chocolate en un solar donde antaño se cultivaba azafrán. Cuando su nieta, Fermina Muñoz Ríos, en 1866 se casó con Antonio Marugán Martín, natural de Sangarcía de Etreros (Segovia), el matrimonio continuó con la fábrica, conociéndose desde entonces como "Chocolates Marugán". Posteriormente tomó las riendas del negocio su hijo, Felipe Maruga?n. La fábrica de chocolate ocupaba una gran casona de dos plantas en un extremo de la plaza de la Constitución: arriba, la vivienda familiar; abajo, el obrador. Tenía cuadras, gallinero, una lagareta para hacer el vino y un corral con pozo.     

Un molino de piedra movido por una o dos mulas era la única maquinaria de la fábrica para triturar el cacao, hasta que en 1925 se instaló un molino con un motor de gasolina, que en 1940 se sustituye por uno eléctrico, con un infernillo en la parte inferior para emitir calor y convertir la pasta en líquido. El proceso sufrió una importante transformación con el empleo de maquinaria eléctrica, como tostador, batidora, mezclador, pesadora, ca?maras de calor y fri?o o compresores.

Las tabletas de chocolate puro, con leche y con frutos secos como almendras, se confeccionaban artesanalmente y de manera tradicional cada día por una decena de personas desde las cinco de la mañana, en lo que se conocía como "chocolates elaborados a brazo", que solían tomarse a la taza. Los granos de cacao se tostaban y molían, mezclando la pasta con harina y azúcar y depositándola en moldes para coger su forma característica. Finalmente, las mujeres envolvían a mano las tabletas en dos papeles, el primero de parafina y el exterior llevando la ilustración propia de la marca. Para organizar la distribución, las tabletas se embalaban en cajas, inicialmente de madera (también construidas en la factoría), y en los años postreros, de cartón.

En el taller recibían visitas de grupos de la capital, como escolares o cadetes de la Academia de Intendencia, a quienes se les mostraba el proceso de producción y se les regalaba chocolate y un lápiz.