Con Mario Vargas Llosa no solo ha muerto el último grande de las letras hispanas, Premio Nobel, Premio Cervantes y Premio Princesa de Asturias, sino el único superviviente del fenómeno literario que conmovió al mundo de las letras y supuso una gran revolución en las de habla española. La irrupción exhuberante y arrolladora de los escritores hispanoamericanos que pusieron de manifiesto su primacía sobre la propia madre, la vieja España, que fue su origen y a la que devolvieron una grandeza equiparable a aquel Siglo de Oro de los Lope, Góngora, Quevedo y Cervantes. Los Rulfo, Borges, Asturias, Carpentier, García Marquez y Vargas Llosa fueron, casi medio milenio después quienes devolvieron al mundo la hegemonía literaria del español. Nuestra lengua universal y común.
Con Mario ha muerto el último de ellos, pero todos -ese es el mayor don al que un humano puede alcanzar- seguirán vivos en nuestra memoria y en la de la humanidad. Se harán estos días tantos recordatorios de su obra y su vida que no creo necesario añadir aquí, ni puedo, nada importante ni novedoso al respecto. Pero sí me permitirán un recuerdo personal.
Vargas tuvo con España la mayor relación de todos aquellos grandes nacidos al otro lado de la Mar Océana. Adquirió la nacionalidad y vivió quizás hasta más tiempo acá que allá. De eso, seguro que también, y mucho, se hablará.
Un buen puñado de escritores disfrutaron de amistad con él, que fue muy perdurable y que en varios casos llegaba hasta hoy. Algunos de ellos son también amigos míos pero en absoluto puedo alardear de haber tenido ese trato con él. Pero alguno llegué a tener y no resisto la tentación de envanecerme de él, pues pocas veces me he sentido más privilegiado que aquel día que llegue a compartir con él.
En el año 2002, en mi Alcarria se habían acordado de mi humilde persona y otorgado un dulce premio: "Su peso en miel" pues ese es el pago, otro no podía ser tratándose del lugar, que te dan. Lo habían obtenido ya Cela, Manu Leguineche y muchos ilustres más. Me vistieron de hermosa capa castellana, me pesaron en romana y me dieron envasadas las arrobas que arrojé en el maravilloso producto que las abejas saben elaborar con el néctar de nuestras flores, el romero, el tomillo, el cantueso y el espliego, que no tiene en el mundo parangón. Al año siguiente se lo ofrecieron a Mario Vargas Llosa y aceptó. Y me invitaron a acompañarle como predecesor.
No me lo hubiera perdido por nada del mundo y hoy tengo aquella jornada impresa en el rincón de los cálidos recuerdos a los que acudir en los tiempos fríos. Aquella mañana en Peñalver, pueblo histórico de los meleros alcarreños. Mario Vargas Llosa, en el español más exacto y rico que he podido escuchar, ofreció al millar de gentes, la inmensa mayoría de las tierras y campos de alrededor, una honda y profunda lección magistral sobre Cervantes y la Libertad. Fue un discurso emocionante y estremecedor. Creo que lo entendieron, por un lenguaje en el que se expresó, que ellos, al revés que tantos que lo están perdiendo a chorros. Entendieron a la perfección en su hermosa y difícil sencillez y por la verdad que cada una de sus palabras supo trasmitir. Me emocionó el poder haber estado allí, orgulloso de mis paisanos y de él. Pues a nadie he visto departir con tan caballerosa normalidad y cercanía como el supo hacerlo y de lo que durante toda aquella jornada disfruté.
Sé que le gustó la provincia y que volvió en alguna ocasión, pero ya no tuve ni allí ni en Madrid la suerte de poder volver a coincidir en persona. Aunque si lo hicimos virtualmente en un mentado manifiesto que la Asociación Escritores con la Historia pusimos en marcha en defensa de la Lengua, atacada e intentada exterminar en la propia nación donde nació. Vargas Llosa, sin dudarlo, se adhirió. Esa firme adhesión a la libertad es lo que ahora me hace temer que la habitual parva inquisitorial que presume y asume el cargo de Tribunal de Progresismo, lo trate como suele tratar a quienes se atreven a enfrentarse al siniestro Sanedrín Mundial de quienes pueden ascender al Olimpo de las Artes y las Letras y quienes han de ser condenados al ostracismo del olvido y arrojados a las tinieblas exteriores. Más aún a quienes consideran traidores porque en su juventud se creyeron los cuentos que luego sus dictadores y tiranos enterraron y entierran por doquier. Creo y espero, fervientemente, que con Mario no van a poder. Su obra prevalecerá.