En alguna ocasión hemos titulado tribuna bajo el evocativo título de "El arte de desinformar". Hoy, hablamos de bulo, del des-arte en verdad de la desinformación informada. Es conocido que, la verdad, es la primera víctima de la mediocridad y la decadencia de una sociedad incapaz de autocrítica, timorata de sí misma y acomplejada de inanidad o quizás, simple iniquidad moral. Escuchamos mucho a casi todos los gobiernos de las democracias occidentales, no más de veinte en todo el mundo son democracias reales, pronunciar dos palabras, fake news, o lo que es lo mismo, salvando las distancias, la desinformación, hoy, y tras la aparente renuncia espatada de Sánchez, se habla de bulos, pero ¿por qué tiene tantos adeptos, conspicuos sin duda y vende tanto el arte de desinformar? Ahora a través de imágenes y uso de inteligencia artificial. Qué decir de las guerras existentes, sobre todo lo que está sucediendo en la Franja de Gaza, la matanza en Gaza, en verdad, ¿qué sabemos? Las cifras de muerte son dantescas y la destrucción, terrible. Ucrania, la interferencia rusa en tantos y tantos gobiernos y estados. Pero también otras agencias de inteligencia de otros países.
Vivimos una época enormemente confusa al tiempo que convulsa. De mentiras, cinismo y hojarasca. No hace mucho, el anterior presidente estadounidense se vanagloriaba de vociferar noticias y tweets falsos, así fueron reconocidos por los periodistas norteamericanos. Titulares y tweets falsos y que fueron sin embargo pronunciados por él a lo largo de cuatro años de presidencia que solo el tiempo, no muy lejano, redimensionará. Intentará pese a sus imputaciones ser de nuevo presidente y más ante la enorme debilidad de un anciano Biden. Incapaz de justificar la multimillonaria venta de armas a Israel.
Qué podemos nosotros decir del Covid, de su gestión y de los miles y miles de víctimas, así como la realidad actual a enero de 2024 y donde la amnesia es absoluta. O del procès. Ese que unos entierran uy otros resucitan y donde se cobra cadáveres nacionalistas en estos momentos tras el desastre de las elecciones para ERC.
Ahora bien, la sociedad, ayuna de referentes, huérfana de referencias morales, hace mucho que ha dejado de creer en sus políticos y en sus inflados curriculums de no haber hecho prácticamente nada antes que vivir de la política y en los confines próximos de la misma. Hay excepciones, menos mal, un halo de esperanza que punza un alma atribulada en algunos que, sin saber como muy bien, han acabado en lo público. Pero la ciudadanía lo descuenta todo y parece además que todo importa demasiado poco. Lo acaba de recordar Ignatieff, la sinceridad moral tiene un alto precio.
Parece que al gobierno y a los partidos les preocupa la desinformación, no tanto la que ellos puedan o no a su vez generar o reciclar, o reutilizar, cuanto la del adversario, interior o exterior, pues en todo, y como todo, siempre hay un culpable.
La verdad como víctima propiciatoria, máxime en una sociedad que no está preparada ni quiere realmente saber la verdad. Eso, es, en el fondo, lo más trágico y dramático de una sociedad donde la indiferencia, la autocomplacencia y cierto hedonismo preside el pensamiento acomodaticio y acrítico de muchos. Los ojos ya no respiran sensibilidad ni las miradas sensibilidades solidarias, somos una sociedad muy vacía, quejosa pero egoísta y donde deberes y obligaciones se soslayan atrincherándose en el yo, en mi derecho. Sectarismo grandilocuente y estrafalario.
Malos tiempos para la crítica, para la pluralidad, pues igualmente será tachada de falsedad, rencor o simple ira.