Creo que toda mi vida he sido ecologista, es más, incluso cuando el ecologismo no existía y la palabra ecología no se usaba. Entonces decíamos defensa de la naturaleza. Y en defensa de esa naturaleza son muchas las ocasiones en las que como joven montañero a acudía a mi querida Sierra de Gredos, y más concretamente a la Laguna Grande para limpiar sus alrededores recogiendo las latas de conserva. Entonces era la comida que se podía llevar, aparte del socorrido bocata y machacarlas con la maza de escalada para que abultaran menos y se la pudieran llevar las caballerías. Por cierto, la primera vez que fui a la Laguna Grande aun no estaba construido el refugio Elola, se inauguró en 1972. Y muy cierto es que la humanidad y durante muchas décadas hemos atentado en demasía contra la naturaleza, que es por la que vivimos y sin ella no somos "na". Y es incuestionable el problemático asunto del cambio climático. Pero como somos una sociedad de péndulo, pasamos de un lado al opuesto y no sabemos quedarnos en el virtuoso medio. Pues ahora resulta que se dan casos en los que el tema ecológico se desmadra y se desboca. Se han prohibido las pajitas para beber refrescos porque son de plástico. Y esto puede parecer cosa sin importancia, salvo que tengas un hijo minusválido (ahora, por fin, persona con discapacidad) y las necesite para beber. ¡Ah! Pero no hay problema, se hacen de cartón y arreglado. ¡Pues no! Las de cartón son muy gruesas, pues si se hacen finas el líquido pasa tan rápido que el cartón se estropea a la mitad de la coca cola Y el flujo es excesivo y requiere más esfuerzo y no resulta cómodo para el usuario. Sin olvidar que no se pueden doblar en si tramo superior para facilitar el acceso de la boca. Un desastre. Los médicos nos han dicho que no es bueno utilizar bastoncitos para limpiarnos los oídos, pero en algunas ocasiones son muy útiles y necesarios. Pues también están prohibidos. A algún ecologista se le debió de ocurrir, para llamar nuestra atención, pegar con super glue 3 un minúsculo caballito de mar a uno de los denostados bastoncitos. Si no han visto la imagen no sabrán de qué hablo. Otra más, hace unos años me compre de segunda mano un Smart Fortwo, con el que estoy encantado pues con sus 2,50 metros le aparco en cualquier sitio y me muevo por mi querida ciudad de Ávila, a las mil maravillas. Vamos, que se mueve como una mosca. Pero claro como tiene muchos años su pegatina medio ambiental es B amarilla. Y a los ecologistas se les ocurrió crear las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), que para Madrid, Barcelona y las grandes ciudades puede que esté muy bien. Pero los legisladores, políticos en su mayoría, queriendo ser más papistas que el Papa, o sea más ecologistas que la Greta Thunberg (llamada por algunos maliciosos la niña del exorcista), han fijado el límite para esas ZBE a las ciudades de más de 50.000 habitantes. Justo, que casualidad, con lo que nos costó llegar en Ávila a esa cifra. Y ahora habrá zonas por donde ya no podré circular con mi pequeño Smart. Soy nacido, criado y vivo en Ávila y no recuerdo haber tenido un solo día de mi vida contaminación en mi ciudad de nacimiento. Calima Sahariana sí. Es más, en el sitio más céntrico de nuestra querida ciudad, la plaza de la Catedral, mirando para la calle El Tostado, lo normal es que te dé un biruji que se te congelen hasta los tuétanos de los huesos. Igual nos hemos pasado un poco, digo yo.